XALAPA. VER.- “¿Cómo pintar las calles?, me van a regañar”, fue la primera expresión de Juan Quiroz, quien a sus 13 años fue “invitado” por unos amigos y un primo a salir a “graffitear” en colonias de Xalapa.
La primera recomendación de sus conocidos fue elegir un sobrenombre, para firmar sus pintas en la calle, ocupó Salte. El artista urbano recuerda que su primera pinta fueron unos garrotes, pero los hizo con pasión “le puse el power”; la adrenalina de hacer algo en la clandestinidad fue su motor por años.
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Recuerda que el graffiti lo unió con amigos de su barrio, que cada noche se reunían en las esquinas no solo a pintar paredes, sino a patinar, cantar y hacer competencias de break dance, estilo de baile urbano que los enfocaba en actividades recreativas y los alejaba de los vicios.
Juan Quiroz participó en el primer Concurso de Arte Urbano: "Pinta una Vida Democrática", que organizó el Organismo Público Local Electoral (OPLE) de Veracruz este año. Obtuvo el segundo lugar de la competencia en la que participaron al menos 15 artistas urbanos.
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Sus inicios en el graffiti
Su acercamiento al arte fue a través del dibujo. Desde pequeño pasaba horas trazando líneas y formas, hasta que llegó a la pubertad y sus amigos, entre ellos un primo, lo invitaron a salir a hacer pintas en las calles, a finales de los 1990.
Su primera reacción fue rechazar la invitación, pensó que sería castigado por pintar un inmueble particular, ya que es considerado “vandalismo”; sin embargo, después entendió que era una forma de protesta.
“El graffiti es calle, es clandestinidad, es rebeldía, es expresión. La verdad uno está en la edad de ser rebelde por todo, a veces sin causa”, platica sobre su inicio con las pintas, el aerosol y los rotuladores.
En 1997, cuenta, se imponían retos que implicaban poner en riesgo su integridad, al salir corriendo, al ser descubiertos, o por colgarse en puentes o paredes para plasmar su arte, “ahora digo, cómo pude hacer eso. Muchos han muerto, pues el graffiti entre más difícil sea es más reconocido tu trabajo”.
Comenta que primero eran solo unos cuantos jóvenes los que se habían interesado en ese tipo de arte, el contacto era frente a frente y muchos graffiteros viajaban a Xalapa para conocerse e intercambiar ideas.
“No había Internet, nos conocíamos en persona. Llegaban a Xalapa otros graffiteros y era una emoción conocer a alguien que hiciera lo mismo que tú. Fue creciendo y empezaron a hacer eventos, nos empezamos a dedicar a esto, ya es una forma de vida, un empleo”.
En ese momento todo era muy territorial, rayando en el pandillerismo, y ahora en cambio, es hermandad. En la época de los 1990, dice que se reunían en las esquinas para practicar, bailar y cantar.
El problema, dijo, fue cuando empezaron a tener presencia los grupos criminales que los reclutaban, incluso, al estar en la calle los ponía en la mira de los delincuentes, “ahí se pierde la esencia. Ahora o te vas a lo delictivo o te vas al arte; creo que lo importante para hacer arte urbano, es la pasión”.
Su gusto por crear y pintar lo llevó a estudiar artes gráficas y empezó a tomar todo con más seriedad. Por algún momento trabajó como burócrata; sin embargo, entendió que no era lo suyo y volvió a las calles a enseñar y ayudar en la formación de nuevos artistas.
Al inicio de su carrera, los políticos de diversos partidos se acercaron con ellos para invitarlos a eventos, les pedían interactuar con otros jóvenes, pero no les pagaban. Solo les ofrecían que una vez que ganaran impulsarían programas para promover el arte; sin embargo, cuando llegaban al poder, ni los recibían en sus oficinas.
“Ahora ya no tan jóvenes, llegamos a otro tipo de público, con algo más formal y dando la importancia a nuestro trabajo. Hemos estado en eventos internacionales en donde nuestra forma de protestar es: no hacer pintas”.
Su obra más representativa
Explica que su obra más representativa es la que hizo en la calle de Juárez, a la altura del Callejón del Diamante. La pinta de 15 metros de altura le llevó semanas de planeación y ejecución, se trata de una niña con un corazón en las manos, que quiere dar como mensaje valorar el arte y dejar las computadoras.
“Nos están dando en la torre a todo mundo, nos estamos peleando entre todos, cuando deberíamos ser un equipazo. Y es lo que buscamos como graffiteros, hacer equipo, y decirles a los niños que la unión hace la fuerza”.
Salte asegura que cuando ofrecen pintar algunos edificios aún existe resistencia de la gente, a pesar de que se trata de arte urbano, lo asocian con vandalismo, “la idea es cambiar la percepción de la gente”.
Cualquier trabajo implica tres fases. En un primer momento se planea qué es lo que se quiere y dónde se va a realizar. La segunda etapa es realizar lluvia de ideas y bocetos burdos; en el tercer momento se concreta el diseño final que les lleva de una o hasta tres semanas, dependiendo del tamaño o el lugar en el que se plasma.
Como equipo de arte urbano, dice, realizan cursos y van a escuelas con la idea de impulsar nuevos talentos. Les apoyan para que desarrollen sus habilidades, “nunca sabes si ese niño va a ser el próximo Siqueiros”.
mb