Ya había pasado la euforia del Mes del Orgullo. Era el 30 de junio de 2025, y las redes sociales comenzaban a inundarse con denuncias de crímenes de odio. Lo que varias organizaciones, colectivos y activistas LGBTIQ+ llevamos visibilizando desde hace años, nuevamente se hacía viral pero en un escenario muy complejo. Pero esta vez algo era diferente: cinco personas LGBTIQ+ habían sido asesinadas en menos de una semana. Los nombres de Alexa, Jesús, Isaí, Felipe y Misael comenzaron a resonar en el escenario nacional.
Con el pasar de los días, la cifra aumentó: de cinco pasamos a diez asesinatos en tan solo un mes. Uno de los casos que más indignación provocó fue el de Jaime Gerardo Nolasco, maestro de danza conocido como “Gege” reconocido a nivel nacional e internacional, asesinado brutalmente en su propio departamento en la Ciudad de México. Poco después, el asesinato de Valeria, una joven mujer trans en Sinaloa, cerraba este trágico conteo a pocos días de la celebración/conmemoración del orgullo/pride.
En vez de ver una oleada de protestas, lo que presenciamos fue una respuesta dispersa y sin coordinación nacional. Mientras en junio se celebraban marchas en cientos de ciudades y municipios con desfiles y arcoíris en cientos de instituciones y empresas, la Euforia se manchó de sangre, la reacción ante esta violencia letal fue tibia. Hubo expresiones de indignación en redes sociales, sí, pero pocas salieron a las calles. Una manifestación en Xalapa exigió justicia por Alexia. En Monterrey, otra acción simbólica recordaba a Misael quien, según cercanos, no era un hombre gay, sino una persona trans o no binarie, una realidad ignorada al principio por medios y colectivos.
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Algo se está haciendo mal.
Nos molesta el modelo gringo y canadiense de Pride donde se cobra a marcas y carros por desfilar, pero no nos indigna con la misma fuerza la violencia sistemática que nos asesina por ser quienes somos. Hace unos días celebramos el performance de la bandera LGBTIQ+ más grande del mundo, hecha con paraguas y promovida por autoridades en CDMX. Pero, irónicamente, en los últimos tres años, la Ciudad de México pasó del séptimo al primer lugar nacional en crímenes de odio.
Según datos de Letras S, el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio contra los Crímenes de Odio, tan solo en 2024 se documentaron 89 asesinatos por orientación sexual, identidad o expresión de género. De estos, 61 casos fueron transfeminicidios según datos documentados por la Asamblea Nacional Trans No Binarie: esta cifra es brutal y nos habla que en 2024 más del 60% de los casos fueron a Mujeres Trans y Ciudad de México ocupo el primer lugar. En los primeros seis meses del 2025, ya se han documentado más de 30 asesinatos, una cifra alarmante que podría superar años anteriores.
Y frente a este panorama, no hubo un solo esfuerzo coordinado a nivel nacional para exigir respuestas. ¿A qué le temen los colectivos y ONG? ¿Al "gobierno aliado" que ofrece charlas de café y reuniones convocadas para tomar lindas fotos?, ¿simulación y poca acción, pero también vemos cómo crean carpetas de investigación para amedrentar a quienes alzan la voz?
Podríamos crear muchas teorías, pero la realidad es contundente: al menos diez personas LGBTIQ+ fueron asesinadas en un mes. Y no vimos acciones masivas, articuladas, firmes. Vimos silencio, pasividad y algunas acciones en redes sociales para no verse indiferentes, egos proyectados en portadas de revistas y periódicos que acuden a convocatorias, ahí si van todas las históricas y las nuevas generaciones agentes de cambio, los 100 rostros más visibles que solo les conocen en sus casas y sus bots en redes sociales, pero ni una marcha nacional por nuestras muertes, ninguna acción articulada por esos 100 rostros que guardan silencio, y toda esa colectividad LGBTIQ+ Nacional que viven en la pasividad y activismos de horario de oficina, activismos de lo políticamente correcto, alineados.
Hoy observamos como espectadores, pero mañana puedes ser tú o puedo ser yo. Y tal vez, cuando llegue ese momento, ya sea demasiado tarde para exigir justicia.
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