Desde hace algunos años que reforcé el hábito de la lectura me volví muy envidiosa con mis libros; no me gusta prestarlos y no me gusta subrayarlos o ponerles notas. Soy una fiel amante de dejar los libros impecables desde que los empiezo y hasta que los concluyo, por esa misma razón soy muy agradecida cuando alguien se toma el tiempo de buscar un buen libro para regalármelo.
Hace no mucho me regalaron un libro que de primera mano no es algo que yo querría leer, pero la autora es tan fascinante que sería capaz de leer cualquier cosa que ella haya escrito y estoy segura de que me encantaría. “El infinito en un junco” de Irene Vallejo ha sido un camino inigualable, atractivo y peculiarmente académico, sin caer en lo tedioso.
Irene Vallejo es una maestra en cada obra que tiene y la manera en la que juega con las palabras es tan enriquecedora que deja al lector siempre con ganas de más. Ella es filóloga clásica y escritora española. Haré un pequeño paréntesis para explicar que los filólogos son aquellas personas que estudian la ciencia que analiza la lengua, la literatura y la cultura, a través de las palabras y los textos.
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Prácticamente se encargan de analizar la gramática, la semántica del lenguaje, el idioma y la cultura que rodea a los textos. Por esa razón es que “El infinito en un junco” es una obra maestra, tanto así que en 2020 recibió el Premio Nacional de Ensayo. La combinación de ser escritora de ensayos y filóloga hace que sus palabras sean tan exquisitas que uno podría terminar su libro, de 452 hojas, en un abrir y cerrar de ojos.
Entrando un poco más de lleno a la lectura, dentro de sus páginas encontré una historia que me pareció de las más aterradoras que he leído respecto a las mujeres de la antigüedad y a la historia en general; en el capítulo llamado “Una ciudad con mala reputación” Irene cuenta cómo se vivía una horrible tradición en Roma.
Ella nos cuenta que, según la mitología, en el año 753 a.C., durante el gobierno de Rómulo y Remo, ocurrió un evento decisivo: Rómulo asesinó a su hermano Remo y asumió el mando. Como joven rey, Rómulo decretó que Roma ofrecería asilo a los peores criminales, integrándolos como ciudadanos romanos. Sin embargo, tras este controvertido decreto, comenzó una preocupante ausencia de mujeres en la población.
Como consecuencia, el rey Rómulo armó una treta para invitar a las familias vecinas de Roma a celebrar unos juegos en honor del dios Neptuno. Con este pretexto, y para atraer a los delincuentes, se inició una violación masiva que más tarde se convertiría en una tradición con antecedentes tan turbios como la construcción de Roma.
Mientras todos estaban ocupados observando y celebrando dichos juegos, los romanos se encargaron de secuestrar a las mujeres de las familias invitadas, dentro de esas mujeres se encontraban las esposas e hijas de los jefes de esas familias. A nivel jerárquico, los Patricios más importantes se “quedaron” con las mujeres más guapas y se las llevaron a sus casas.
Las mujeres que ellos no querían las pusieron a disposición de todos los delincuentes ciudadanos romanos. Los padres y maridos de las mujeres raptadas no pudieron hacer más que salir huyendo, ya que no podrían pelear con una multitud violenta que ya se había “adueñado” de aquellas mujeres.
La excusa de los romanos fue completamente burda; utilizaron el argumento de que esa era la única forma de salvaguardar la supervivencia de todos los ciudadanos y del imperio romano. Esta “legendaria salvajada”, como lo llama Irene, sirvió de modelo para la futura ceremonia romana de matrimonio.
“El ritual exigía que la novia se refugiase en brazos de su madre y el novio fingiese quitársela por la fuerza mientras ella lloraba, se resistía y gritaba”. Más adelante Irene cuenta que esa escenificación llegó a Hollywood en 1954 con una comedia romántica llamada “Siete novias para siete hermanos” en la que censuraban los besos y las camas, pero hacían reverencia a un secuestro múltiple de mujeres.
Sin duda es una película que valdría la pena ver, pero solo como una crítica a una de las escenificaciones más aterradoras de la historia. La idea de que el matrimonio y la frase de “robarse a la novia” venga de un acto tan despreciable y originario de una ciudad construida a base de muertes, delincuencia y para muchos “lo peor de lo peor” es de lo más espantoso que he leído en algún libro.
Independientemente de este capítulo, que me ha encantado y que se acerca mucho más a los temas que suelo leer y escribir, este ensayo hace de un tema complejo, como lo es el origen de los libros, algo ameno, y a ratos, hasta poético. Me ha ayudado a ver a los libros con una mirada más terrenal, como tener una conversación con alguien que no está contigo en ese momento, pero que a través de esas palabras se siente su presencia.
Ahora bien, a pesar de mis muy personales manías con los libros, existimos todo tipo de lectores. Incluso mis lectores podrían diferir de ciertas opiniones mías, pero esas mismas manías que tengo al leer, las tengo al escribir y así como pasa con Irene Vallejo, mis escritos quizá podrían atrapar, como diría ella, el infinito en un junco.