Septiembre comienza y con él, la oportunidad de escribir una nueva historia.
Andrés Manuel López Obrador no se despidió el domingo 1 de septiembre en el ombligo de México, en la rendición –en el papel- de cuentas de un México donde se goza de una salud pública por encima de Dinamarca y restregando a una chata oposición que uno de sus nueve programas sociales prioritarios echados a andar en el 2018 llegan a 30 millones de hogares mexicanos.
TAMBIÉN LEE: El burro y el tigre
Te podría interesar
El presidente repitió su ejercicio favorito de una democracia a mano alzada, la mejor forma de palpar lo que la gente quiere: que sea el pueblo quien elija a Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Magistrados del Poder Judicial y jueces federales y estatales.
TAMBIÉN LEE: Reforma judicial: Diputados la quieren lista para el miércoles
Y se pitorreó de Massive Caller como una encuestadora usada por los conservadores como petate del muerto para apantallar con cifras maquilladas respecto a una realidad que no existe.
Lo puede hacer Andrés Manuel López Obrador. Milenio le publicó este lunes que trae una aprobación del 72.6 por ciento. Un porcentaje altísimo en los estertores del sexenio.
La impronta colectiva percibe a un presidente que no quiere irse. Que estirará su mandato sin dar señales claras que desea entregar el real bastón de mando a su sucesora Claudia Sheinbaum, a quien le organizó cual fiesta de cumpleaños en Tepito, una porra con el grito de ¡presidenta!, ¡presidenta! que dejó claro que el organizador de la prórroga de la festividad de la cuarta transformación, es él. Nadie más.
Y es cierto.
En su columna Tolvanera, titulada “Nadie se mueve”, Roberto Zamarripa hace un retrato de la situación política del país.
A quien hacerle caso, al presidente saliente o a la próxima presidenta que pastoreará el potrero sexenal del poder a en tres semanas.
“Atrás de la raya que estoy gobernando”, escribió el director del periódico Reforma, este lunes, en este trazado de raya de lo que será el sexenio de su discípula más pura, a quien formó con el ideario morenista.
El presidente no quiere irse.
La lectura del informe sólo comprobó una vez más a extraños y aliados el poder que tiene sobre la masa, comprobó a tirios y troyanos que es un hipnotizador a quien se le cree todo, a pie juntillas… hasta la frase que en salud tenemos mejores estándares que Dinamarca.
Andrés Manuel López Obrador no se irá disolviendo con el paso de las casi cuatro semanas que le quedan en Palacio Nacional. No.
El presidente tendrá 20 mañaneras para despedirse, hasta el último día, lunes 30 de septiembre. ´
La transmisión del poder será a último momento, evento inédito en la política reciente de este cambiado país. Enrique Peña Nieto dejó de ser presidente seis meses antes de irse oficialmente, dejó que su sucesor Andrés Manuel López Obrador tuviera los reflectores y los hilos del país un semestre anticipado a sentarse en la Silla del Águila.
Serán casi cuatro semanas de tensión en este poder totalitario ejercido por el de Macuspana.
29 días donde cada movimiento de los actores políticos será seguida con lupa.
Claudia Sheinbaum deberá de iniciar con el moldeo de su monedad política, sobre todo en el legislativo, supeditado al ejecutivo con esta supermayoría de 364 legisladores en la LXVI Legislatura.
A quien obedecer en las cuatro semanas de septiembre. A quien se va, o a quien se quedará seis años como dueña de la cancha, del balón y de los árbitros.
Será deporte nacional, quizá equiparable a La casa de los famosos, el morbo colectivo que despertará el día y la hora en que Andrés Manuel López Obrador entregue el poder real a su sucesora, a quien sigue enarbolando como su alumna más aventajada.
Habrá que estar atentos.
… de otro costal.
La primera vez que fui convocado para asistir al panel periodístico “A 8 columnas”, la imagen del edificio de Radio Televisión de Veracruz me provocó un déjà vu del aeropuerto José Martí de la Habana, Cuba.
Llegamos un grupo de periodistas alrededor de las siete de la tarde, los pasillos de la terminal área lucían en penumbras.
---Se fue la luz---, dijo un reportero del grupo, con curiosidad jarocha.
--- No chico, así estamos en toda La Habana, a media luz--- dijo el cubano que nos guiaría por la capital cubana por dos semanas, suficientes para constatar de primera mano el optimismo suicida de los cubanos ante tantas carencias.
La parabólica instalada en la entrada del edificio de RTV en el Cerro de la Galaxia parece una postal de la desaparecida Unión Soviética o la pasta de un libro de comunicación antes del estallido de las redes sociales.
El edificio se cae a pedazos.
La muerte de Abraham Márquez Carmona, un trabajador que resbaló de una escalera desvencijada cuando intentaba cambiar una lámpara, el pasado martes 27 de agosto, abrió una caja de Pandora de los males, carencias y abandono de la televisora y radio estatales.
Los trabajadores y trabajadoras que laboran en RTV tomaron la escena pública, se adueñaron de la calle y de la narrativa de justicia para el trabajador fallecido, a quien han convertido en mártir de una causa, cuya bandera de lucha por el respeto y la dignidad laboral exige a micrófono abierto la renuncia y el castigo punitivo contra directivos del canal.
El gobernador Cuitláhuac García Jiménez tomó en la mano la bomba mediática del conflicto en RTV.
Dijo que el canal iba a desaparecer. Que la plantilla laboral iba a ser liquidada por el abandono del gobierno anterior, “donde se dejó morir a RTV”.
Sin embargo, luego de diez sesiones de trabajo con su equipo jurídico, se tomó la decisión de conservar la televisora y la señal de radio, como herramientas de valía en la comunicación gubernamental.
Dijo que él personalmente, contribuyó a salvar esa fuente laboral ante el Instituto Federal de Telecomunicaciones.
Defendimos su fuente de trabajo, les respondió Cuitláhuac a los trabajadores de RTV al recordarles que dejaron de transmitir un mes, cuando se hizo perdediza a concesión de la señal.
columnacarpediem@gmail.com