Sostuve los dos pilares todo lo que pude, pero la fuerza se agotaba de a poco. Mis brazos cedían sin que hubiera una forma de postergar aquella decisión más tiempo. Las circunstancias exigían que eligiera cuál de los dos monolitos de piedra debía de soltar para que el otro sobreviviera. No decidir ningún camino, causaría un desgaste tan profundo en mis extremidades, que terminaría soltándolo todo. Arrojados al vacío, se perdería la posibilidad de recuperarles; quedándome sin nada, no sé qué más haría.
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Con el miedo entre los dientes, les sostuve todo lo que pude, hasta que decidí soltar el que tenía sujeto a mi mano derecha, eso me permitió sostener con ambas manos el que me quedaba. La falta de presión, logró que pudiera apreciar las comisuras de aquella piedra tallada, los detalles eran excepcionales, el color negruzco resaltaba su belleza, pero, pese a todo, un dolor se colaba en mi pecho haciéndome extrañar la otra roca, preguntarme qué hubiera sido de mí si le hubiera elegido, qué historias hubiéramos vivido juntos, qué clase de enseñanzas me hubieran dado sus comisuras, qué color mostraba si se le miraba de cerca.
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Duele quererlo todo, duele tanto no poder soltar ningún destino, no querer decidir el próximo camino. La humanidad, en su afán de tenerlo todo, ha cometido errores que, en ocasiones, le han costado la vida; a título personal, ¿cuántas veces hemos sido víctimas del miedo a soltar?, qué consecuencias han llegado a nuestra vida por ese afán de no enfrentar la realidad que nos señala, a todas luces, que no lo podemos tenerlo todo; aunque lo queramos con todas nuestras ganas, debemos desprendernos de algo, para sostener con más fuerza otra cosa, poder cuidarla mejor de lo que lo haríamos si estuviéramos luchando en dos frentes.
FUTUROS POSIBLES QUE MUEREN
Múltiples realidades se construyen al mismo tiempo mientras decidimos qué hacer. Algunas, mueren ahogadas en un corto plazo, otras, por su peso y la presión del mundo, son soltadas por aquellos que les sostenían; otras más, son talladas a toda prisa mientras existimos; al principio no sabemos qué hacer, pero no queremos soltar nada, nos sentimos imposibilitados para hacerlo, mientras nuestras manos, entumidas, se aferran a ello.
En realidad, no tenemos miedo a decidir qué camino tomar, nuestro temor radica en renunciar a las otras posibles realidades, aquellas que cuando decidamos ya no van a suceder, van a ser víctimas del siguiente paso que demos, asesinadas por aquel futuro que se vuelve presente, encadenadas a la imaginación de lo que hubiera sucedido si las sosteníamos un mayor tiempo, si las elegíamos entre todas las otras.
No es cuál camino elegimos, sino cuál sujetamos con más fuerza; lo que nos pesa es que al abrir una puerta y tengamos que cerrar las otras, eso nos cuesta mucho, porque queremos de cierta forma tenerlo todo. El ahora nos golpea en el rostro cuando nos tardamos en decidir, en ocasiones perdiendo las dos opciones que teníamos
Aprender a soltar, para sostener mejor el futuro que elegimos, verle de cerca y disfrutarle el tiempo que se quede con nosotros, hasta que la vida vuelva a colocarnos en una encrucijada, y tengamos que volver a decidir y soltar.