COLUMNA

Doliéndome mucho

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

Ya he perdido la cuenta de cuántos suspiros han salido de mi pecho, sólo sé que son bastantes. Cada uno me ha sitiado; por donde vea, todos los flancos aparecen cubiertos por nostalgias que, sin más preámbulo se dispusieron a atacar.

Los primeros embates resistí honorablemente, pero los subsecuentes comenzaron a destrozarme. Parte por parte, me fui deshaciendo desde adentro, porque de cierta forma, el asedio era producto de mis memorias.

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Lágrimas, una consecuencia natural a la abrumadora pena, aquella que expresa de cierta forma la falta de claridad de lo que viene. Quizás mañana siga el dolor tan vivo como ahora, o se profundice junto con otras penas que, sin piedad me ataquen, sumiéndome en lo profundo, haciéndome ver al vacío, queriéndome tirar dentro.

Dicen que duele así de profundo, cuando lo que se siente es real, y vaya que fue real aquella intensidad con la que vivimos el amor que ahora me ahoga, haciéndome extrañar el ayer, impulsándome a ver el momento en el que nos conocimos, el instante mismo en el que la vida explotaba de alegría, y no el trepidante viaje que me condujo directamente al piso.

LA BATALLA CONTRA LA NOCHE

Es extraño sentirse muerto, pero esa es la definición para esta ausencia de vida que tengo, o quizás ausencia de ganas de vivir, para ser precisos sobre este dolor que me hace deambular por las noches y usar máscaras en los días, sonrisas pintadas y carcajadas maquilladas que simulan, ocultando esta soledad que me acompaña.

He perdido la batalla contra la noche, más de una vez en estos pocos días. Duele, duele el pecho; duele no poder comer por el peso de la nostalgia; duele el dolor que nos consume y que no podemos explicar por completo; pero a la vez, aquellos recuerdos que no dejamos ir, nos salvan de nosotros mismos, recuerdos de lo que hicimos bien, de aquellos aciertos que trajeron luz a nuestra vida, que nos hacen saber que este dolor, es resultado de un amor igual de grande, igual de profundo, igual de sincero.

VIVIÉNDOLO MUCHO

Entre las emociones enmarañadas de un lado al otro, alrededor y adentro de nosotros, se encuentran aquellos hilos que representan dolores profundos, así como alegrías inmensas de lo que hemos vivido. Recuerdos que nos mantienen vivos, que nos hacen aprender del ayer y encontrar una salida al ahora, que nos lleve al mañana.

Vivimos mucho nuestras emociones, que a veces no las podemos controlar, nos rebasa aquello que sentimos, volvemos la escena un campo de batalla entre nuestra emoción y la del otro, perdiendo el control. El miedo y la ira, se vuelven contra nosotros, convirtiéndonos en nuestras versiones más oscuras, marchitando la alegría, el amor.

De las cenizas que deja a su paso la lucha, recogemos los pedazos que quedaron, los limpiamos y abrazamos con cariño, salvándolos del olvido, llevándolos con nosotros, acercándoles a la paz que necesitan para volver a crecer, para ser valorados de nueva forma.

EL PROCESO DE CRECER

No podemos evitar sentir, somos seres de carne y hueso, que viven, aciertan y se equivocan, pero el proceso de crecer está ligado directamente a nuestra vida. Amar implica la posibilidad de rompernos a pedazos cuando algo pasa, pero eso no debería evitar que amemos con todo el corazón, ni tampoco tendría que ser razón suficiente para eclipsar todo aquello bonito que nos permitió decidir hacerlo, aventarnos de espaldas al vacío y encontrar que aquel movimiento trajo consigo más de un vuelo que nos condujo al paraíso.

Nuestra tarea es aprender del dolor, pero también del amor. Abrazar aquellas sonrisas que produjimos, aquellas que desataron en nosotros; recordar la sinceridad con la que besamos y abrazamos con cariño; las veces que sembramos amor y recibimos amor a cambio; ocasiones que compartimos tanta paz, que silenciamos el mundo; aquella suerte que tuvimos de querer y que fuera correspondido.

Agradecer lo bueno, despojándonos del dolor, abrazando los momentos que fueron motivos para seguir amando, que nos demuestran lo bello del encuentro y entre lágrimas, nos dictan la pena de extrañar.