“Él eligió el dinero en vez del poder, un error que en este pueblo casi todos cometen. Dinero es la gran mansión en Sarasota que empieza a caerse a pedazos luego de diez años. Poder es el viejo edificio de roca que resiste por siglos. No puedo respetar a alguien que no entienda la diferencia.” – Frank Underwood, “House of Cards”.
El poder y el dinero, aunque a primera vista puedan parecer hermanos gemelos, en realidad son tan diferentes como la noche y el día.
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El dinero es palpable, cuantificable, ostentoso. Es el arte de lo posible, el medio para fines inmediatos. Compra lujos e incluso lealtades. Pero es voluble. Lo que hoy abunda, mañana puede desvanecerse. La grandiosa mansión de hoy puede ser las ruinas olvidadas de mañana.
El poder, en cambio, es invisible, a menudo intangible, pero omnipresente. No se mide en cifras, sino en influencias, en la capacidad de mover voluntades y moldear destinos. El poder es el arquitecto de la historia, el hacedor de reyes, el consejero silencioso en la sombra. No se desvanece al amanecer; perdura, inmutable como un antiguo templo de tierra.
Siguiendo el pensamiento de Maquiavelo, el poder es el fin último, un objetivo que trasciende la simple acumulación de riquezas. El dinero puede financiar ejércitos, pero solo el poder puede llenar sus corazones de valor, inspirar lealtad y dirigir hacia una causa mayor.
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El poder es un arte que requiere paciencia, estrategia y una comprensión profunda de la naturaleza humana. No se gana en un día; se construye a través de cada acción, cada decisión, cada palabra pronunciada o silenciada. El poder es una edificación de largo plazo, un tejido de influencias y alianzas que trasciende generaciones.
En este juego, el dinero es un jugador temporal; el poder, el estratega eterno. El dinero puede abrir puertas, pero el poder construye el edificio. El verdadero dominio reside en comprender y ejercer el poder, esa fuerza que realmente escribe la historia y moldea el mundo.
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