VERACRUZ, VER.- Desperté, otra vez. Volver tantas veces al recurrente punto, repetir cotidianamente la rutina; hacer lo mismo, en el mismo momento, bajo las mismas circunstancias; tratando de coser las mismas heridas; abrazado los mismos rincones oscuros; llorando sobre las mismas fotos; consumiendo aquello que nos consume.
Repetir, repetir, repetir. Transformar todos los días en el mismo. Abrir los ojos, tomar las mismas decisiones; destapar idénticas botellas, vaciar su contenido dentro de nosotros. Redundar una y otra vez. Ahogar toda posibilidad de escape, reiterar con cada sorbo aquella recurrente necesidad de embriaguez, que nos tunde en la cama, que nos empuja a los mismos fallos, extendiendo por tiempo indefinido la resaca. Mientras el mundo gira sin nosotros, y la pesada costumbre nos mantiene a raya, nuestros cuerpos se deterioran de maneras cada vez más evidentes, nuestras relaciones se cuartean hasta el punto de romperse, cortar.
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Un día más, asediados por el mismo hábito que nos condena. Raíces cada vez más profundas, vuelven una operación quirúrgica difícil de ejecutar. La costumbre afianza el doloroso proceso de sanar, soltar aquello que nos convirtió en adictos, aquello que impide que formemos hábitos más benévolos en nuestra vida.
¿Has utilizado el tiempo para reflexionar sobre aquellos hábitos que se están encargando de matarte?, ¿no?, ¿ni siquiera por un momento?, no te juzgo, gran parte de la vida ejecutamos movimientos autómatas, dejamos de ser conscientes sobre lo que estamos haciendo, por repetición y constancia. Deambulamos sin hablar con nosotros mismos sobre ello, sin hacer cuentas sobre las afectaciones positivas y negativas que están trayendo; o al hacerlo, les mantenemos cerca de nosotros, pese al daño que nos haga dicha decisión.
Es curioso analizar los hábitos desde su etimología, saber que tienen un origen relativo al hecho de “tener puesto” algo, portar un “vestido” que alude a la recurrencia con la que nos acompaña. Para que una conducta se vuelva un hábito tiene que ser repetida de manera regular, lo que lo vuelve difícil de dejar. Nos acostumbramos a lo que hacemos, aunque sepamos que nos hace daño, buscamos callar aquellas voces de cambio que intentan alertarnos, dejarlo, salir. Poco a poco resbalamos entre malos hábitos, sumiéndonos en adicciones difíciles de controlar.
La recurrencia convirtió el hábito en algo más, una necesidad apremiante de hacer algo, de consumir algo que en muchas ocasiones nos consume. Al principio, la elección fue nuestra; al final, la adicción nos volvió incapaces de decidir y movernos, entre los incontrolables embates que buscan saciar aquello que necesitamos.
Cuando se habla de malos hábitos que se convirtieron en adicciones, lo primero que llega a la mente, es el alcohol, el tabaco, las drogas, pero estos únicamente son una pequeña muestra de tantos hábitos que nos están matando. Buenos hábitos se pueden convertir en malos cuando nos obsesionamos, tergiversamos la utilidad que tenían, y comenzamos a ser consumidos por la necesidad.
Nos volvemos adictos a trabajar, sumiéndonos en la productividad tóxica que nos hace perder horas de sueño, dejar de comer buscando adelantar tareas, abandonando la idea de ver a nuestros seres queridos o hacer aquellas otras actividades placenteras.
La vida sedentaria, dormir hasta tarde, comer ciertos alimentos en exceso, dejar todo para el último, volver estas y otras conductas en hábitos, tarde o temprano se vuelve contra nosotros, nos cobra la cuenta, causándonos afectaciones difíciles de controlar. No nos damos cuenta cuando hemos tropezado, cuando caímos dentro y ya es difícil salir de ahí.
Perdemos de vista el equilibrio, con el que podríamos encontrar la clave de cultivar buenos hábitos. Nos hacemos daño a nosotros mismos, buscando soluciones milagrosas, evitando hablar de soluciones profundas para sustraer el problema desde la raíz, cambiar nuestros hábitos.
Queremos cambiar todo, menos nuestros hábitos. Queremos mejorar nuestra salud, sin modificar lo que comemos; tonificar nuestro cuerpo sin hacer ejercicio; lograr nuestras metas sin hacer lo necesario para llegar hasta allá. Queremos que todo cambie, sin alterar nuestras rutinas, sin sacrificar alguno de esos placeres en el proceso que necesitamos seguir para que todo se repare. Queremos que todo mejore sin dejar de hacer aquello que nos lastima. Esta contradicción lo complica todo, vuelve cualquier solución ajena a esto en un paliativo.
Los cambios profundos vienen de soluciones profundas, que la mayoría de las veces encontramos modificando nuestras rutinas, alimentando hábitos positivos y desdibujando los negativos. No hay soluciones mágicas, por lo que los cambios que buscamos, empiezan forzosamente cambiando lo que hacemos, “teniendo puesto” algo diferente, habitando mejores versiones de nuestra cotidianeidad.
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