Un descuido habitual que cometemos los humanos, sin importar el idioma, es ignorar o menospreciar el poder que tienen las palabras. En el instante en que dejamos de observar lo que pasa, ensimismados en el pensamiento, una neblina espesa nos rodea impidiéndonos reconocer el daño que provocamos a los demás.
Unas cuantas palabras bastan para desestabilizar el mundo de alguien; son suficientes para hundir a cualquiera en las recónditas profundidades de una fosa, haciendo que signifique nada su lucha incansable por salir de ahí.
Cuántas veces hemos caído en ese perverso juego, por impulso o capricho; llevados por las circunstancias; siendo controlados por nuestras emociones; actuando con la intención plena de matar; o motivados por un estúpido y desconsiderado tropiezo.
Con unas cuantas palabras podemos abrir heridas, cavar tumbas, despedirnos; podemos construir caminos, dar esperanza, inspirar. El destino de aquella metamorfosis depende del momento, el orden y el tono en el que las pronunciemos.
UN VIAJE
Las palabras no crean realidades por sí solas, sino que son parte de aquel proceso continuo de transformación, que reconfigura a cada instante aquella realidad.
Algunas palabras se volvieron conjuros poderosos, y en ocasiones divinos, que han conducido a la humanidad por distintos caminos. Ejemplos de aquellos recursos imperecederos, que han traído calma y vértigo a la vez con sus múltiples interpretaciones, están las palabras “amor”, “verdad”, “guerra”, “Dios”, “sueños”, “futuro”, “poder”, “trascender”, así como aquellos conceptos divergentes que naturalmente se contraponen a estos.
Es curioso que la humanidad, desde el principio de los tiempos se haya encargado de nombrar todo lo que ha visto hasta el horizonte y más. Un método de apropiación, una forma para controlar lo que conoce, y saciar una ambición aún mayor, apropiarse de todo aquello que en realidad no conoce, lo imperecedero, lo eterno.
Lo anterior ha sido descrito en la literatura, plasmado en las distintas formas de expresión humana, estableciendo vestigios del todo; así como en aquellas historias que viajaron años, décadas y siglos, sobreviviendo a las tempestades que trae consigo el olvido; permaneciendo en aquellos detalles que pudieron aferrarse a la memoria oral hasta llegar a inmortalizarse de manera escrita; arrastrándose en el tiempo, siguiendo la búsqueda por trascender.
DIFERENCIA CONCEPTUAL
Todas las palabras tienen su propio peso, que se ve trasformado por distintos factores, dependiendo del contexto en el que se pronuncien o escriban. Entre tantos significados y pesos, hay algunas palabras que, sin duda, sobresalen.
Quien no crea en el poder que tienen las palabras, no sabe realmente lo que puede despertar en una persona leer o escuchar un “te extraño”, “me haces falta”, “tenemos que hablar”, “ya es tarde”, “adiós”; y todo lo que evoca aquel lenguaje lateral y subversivo que se va creando con la confidencia. Palabras que significan más de lo que el diccionario puede describir.
En este sentido, no es lo mismo un “adiós” que un “hasta luego”. Mientras el segundo se empeña en describir un encuentro futuro, el primero encomienda a Dios aquella improbable posibilidad de coincidir.
Algunas palabras han perdido tanto peso por el desgaste cotidiano, al ser utilizadas con tanta ligereza, o como sinónimos de algo que no son. Así, pareciera cualquier cosa decir “te amo”, concepto mellado en su filo, confundido con cariño y con el momentáneo deseo; así, pareciera cualquier cosa “odiar”, cuando todo lo que nos disgusta lo describimos desde la cúspide de rechazo.
MANIPULACIÓN COLECTIVA
Hay palabras que, pronunciadas por la persona correcta, en el tiempo y lugar preciso, tienden a tener más peso sobre nosotros, provocando guerras o deteniéndolas.
Es necesario aclarar que las palabras no tienen poder por sí solas, en realidad somos nosotros quienes le damos ese poder, que depende en cierta medida de los interlocutores. Qué tanta influencia tiene el emisor sobre el receptor, y viceversa; qué tantas posibilidades hay de inducir a un estado anímico en particular, evocar sentimientos, emociones, sueños, pesadillas o recuerdos.
Lo anterior, de manera siniestra, es aplicado masivamente por políticos, empresarios, medios de comunicación y gobiernos; pero también por la gente que tenemos cerca de nosotros, que busca intervenir para que hagamos lo que quieren.
Todo influye en mayor o menor medida, y las palabras no son la excepción, al contrario, son de los primeros recursos utilizados para la manipulación colectiva.
No tendría por qué ser malo el concepto de “influir”, si en este proceso estamos buscando un genuino beneficio para el receptor o receptores de nuestro mensaje.
Las palabras también pueden “salvar vidas”, aunque impliquen de nueva cuenta una lucha interna contra el narcisismo; reconocer su poder, utilizándolas para reconfigurar la realidad.
A veces un “buenos días” sincero, en el momento preciso, quizás, aderezado con una sonrisa, puede ser la gran diferencia que cambie todo.
mb