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Herida abierta: testimonios de la explosión en mercado de Veracruz

A 20 años del incendio que arrebató la vida de 28 personas en el puerto de Veracruz, sobrevivientes y testigos narra cómo fue ver personas morir quemadas

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Cuando Rufina vio caer a varias personas frente a su verdulería no supo qué hacer. Las explosiones, seguidas de una humazón con olor a pólvora, la pusieron a correr en sentido contrario al fuego.

Esa misma tarde del 31 de diciembre del 2002, hace 20 años, se enteró que el incendio por la explosión de los puestos de pirotecnia en la calle Juan Soto, mató a 28 personas que se encontraban en la zona de mercados de la ciudad de Veracruz.

En los años siguientes solo una persona estuvo en la cárcel por los hechos que, afirma como otros testigos, fueron causados por la negligencia de vendedores ambulantes de cohetes y autoridades del ayuntamiento de Veracruz.

Al recordar ese día, los grandes ojos de Rufina se abren más con cada palabra que dice en su relato, los nervios le ganan, su respiración se agita. Después del incendio, le llevó cinco años volver a estar “más o menos en calma”.

Ese 31 de diciembre, el fresco olor de las verduras que picaba en su puesto se perdió entre el espeso humo de miles de cohetes explotando, en una reacción en cadena que, como laboriosa melodía, envolvió a las personas que realizaban sus compras de última hora para festejar el Año Nuevo.

Unos tras otros, clientes, empleados y vendedores, intentaban refugiarse del extenuante calor y el penetrante olor a pólvora que formó la explosión de cohetes.

Para algunos fue en vano, al menos 28 personas murieron uno de los incendios más grande registrados en el estado de Veracruz, según los datos oficiales.

Rufina tenía 45 años, ese día recuerda un olor a neumáticos usados, carne achicharrada y lodo, que se mezclaron para crear un ambiente aterrador.

Desde los ocho años acompañaba a sus hermanas al puesto de verduras que tienen en el mercado, pero nunca imaginó ver morir a amigos y conocidos en el mismo lugar.

La mayoría de los testigos no coincide en la hora en la que todo ocurrió, pero todos aseguraron vivir una de las experiencias más traumáticas de su vida.

En la memoria de Rufina la explosión sucedió alrededor de las 16:30 horas, a partir de ese momento, los puestos de cohetes de las calles Juan Soto y González Pagés comenzaron a incendiarse como hilo de media, al punto de que las llamas se veían hasta la base del cuartel de Bomberos de Veracruz en la avenida Primero de Mayo, a unos 500 metros.   

 

“Empezamos a oír cuetes (sic) y la gente corría, corrían hasta se caían y pisaban entre ellos, porque se veían los cuetes, teníamos miedo”, recordó.

 

Tal fue el miedo que, 19 años después, en el mismo puesto de verduras del que tuvo que correr para refugiarse, no logra contener las lágrimas.

Mientras se acomodaba su desgastado mandil  azul y observaba a las personas que pasaban frente a ella, intentó buscar las palabras para describir el fin de año que la marcó para siempre.

“Mucho dolor, porque la gente gritaba, mucha gente se encerró donde vendían ropa. La gente gritaba porque muchos se quedaron ahí durante la explosión”, explica con las palabras que encuentra.

Una de las personas de las que habló Rufina era su exempleada, de complexión ancha y muchas metas por cumplir. Dejó su empleó en la verdulería para buscar un mejor sueldo, como vendedora en una zapatería que se encontraba muy cerca de lo que hoy conocen como “zona cero”, sitio donde inició la quemazón.

De acuerdo con el Centro Nacional de Prevención de Desastres, la explosión abarcó varias cuadras a la redonda, por lo que muchos murieron por inhalación del humo tóxico que se desprendió del fuego que no dejaba de alimentarse con la pólvora de los puestos.

Así lo vivió la exempleada de Rufina, en la esquina donde ahora se encuentra un Yepas, quedó el cuerpo de ella y el de muchas personas más que buscaban los últimos detalles para su cena de Año Nuevo. Los nombres de las víctimas están inscritos en una cruz negra de metal anclada en el sitio.

La última carrera por la vida   

El pánico se apoderó de todos los que se encontraban en la zona de mercados del puerto de Veracruz, ninguno caminó como normalmente lo hacían. Esto lo tiene claro Rufina, quien corrió con sus hermanas lo más rápido y lejos posible para salvar su vida. 

Los locatarios del mercado Hidalgo corrieron hacia el Parque Zamora porque se encontraba cerca, sin embargo, ellos tuvieron que correr en dirección contraria.

 

“Cuando llegaron los soldados ya no dejaban pasar, estábamos espantados”, dice con la voz acelerada.

 

Ese día no sintieron el peso de las enfermedades ni el calor, Rufina dejó la ensalada que picaba y sin cerrar la verdulería corrió hacia la parte trasera del Mercado Unidad Veracruzana. Ahí se encontraban decenas de personas igualmente espantadas.   

Luego de la última carrera que dio Rufina, no volvió a la verdulería hasta el 6 de enero del 2003.   

Al llegar se encontraron con las verduras y las carnes echadas a perder con un olor igual de fétido que los cohetes, “todo estaba podrido”.   

Cualquier sonido que desprendieran las rejas de verduras o las pisadas fuertes de los transeúntes los espantaban, Rufina confesó no vivir tranquila, “primero los cohetes y luego la tortillería”, contó.

“Nos duele todavía porque eso ya no se olvida. Amigos y conocidos que se fueron, personas que nos duelen, ojalá Dios quiera y no nos vuelva a pasar, ya está uno espantado”.   

Miguel luchó junto con Bomberos

Miguel Pérez miró fijamente la esquina de Juan Soto e Hidalgo y recordó, como si mirara una fotografía, el incendio del 2002. Hace 19 años se encontraban unos baños públicos, que eran atendidos por Iván, hijo de uno de sus más cercanos amigos del Mercado Hidalgo.  

El joven luchó junto con los Cuerpos de Bomberos para rescatar a las personas que cerraron las cortinas de los comercios en busca de refugio. Al igual que ellos, Iván fue sacado de entre los escombros, pero con vida.  

 

"Yo lo vi, era Iván al último que sacaron, lo traían de pies y manos, y lo acostaron en la calle, lo sacaron ya bastante mal, estaba en puro bóxer, trataron de animarlo y sobrevivió unos días, pero ya no aguantó, estaba joven, 18 años”, contó Miguel.

 

Don Miguel, señala la esquina de Juan Soto e Hidalgo, en donde hoy es un Yepas, hace 19 años se encontraban los baños públicos El Edén, lugar donde trabajaba Iván, el joven que se sacrificó por auxiliar a las personas que al igual que él, quedaron atrapadas en aquella explosión del 2002. 

Entre más detalla la historia, la mirada de Miguel Pérez, o “El Bimbo”, como lo conocen sus amigos, se fija en un punto intangible, en algo que solo él recuerda. 

"Mi camino siempre era por Juan Soto, pero ese día decidí irme por Pípila, cuando se oyó la explosión; la gente corría despavorida, patrullas y todo eso, yo me di la vuelta y regresé porque pensé que había sido en el mercado."

Al igual que la mayoría de los comerciantes de la zona, su primer pensamiento, fue el peligro que se corría si el fuego llegaba a los tanques estacionarios que alimentan las cocinas del mercado. 

Según los recuerdos de Miguel, aquel 31 de diciembre las calles se desbordaban de transeúntes que recorrían las tiendas y puestos del centro, en busca de ropa, comida y otros detalles para disfrutar la cena de esa noche. Estas escenas eran comunes dadas las fechas, pero aquella tarde, el cúmulo de personas era aún más grande.

Los puestos de pirotecnia estaban tan patentes al público, sin mayor seguridad o aviso, para algunos era una bomba de tiempo que explotaría en cualquier momento, pero antes de las 5 de la tarde del 31 de diciembre del 2002, esa idea no hacía parte de las preocupaciones y pendientes, que de hecho eran desplazados por las prisas y la emoción que producía la Nochevieja.

"Fueron tres explosiones, por el lado de Juan Soto y fue cuando empezó la quemazón, fue en cadena por la acumulación de juegos pirotécnicos", El Bimbo sigue recordando y señalando hacia las direcciones que menciona, en sus recuerdos nada cambia, todo es lúcido.

 

"Y en la esquina era una zapatería, mucha gente se lastimó porque las vitrinas eran de vidrio, la gente corría, unos caían, en la desesperación la gente empujaba, eso fue como a las 5 del mero 31.”

 

La esquina de Juan Soto, se convirtió en una zona de guerra, la saña desmesurada del incendio causado por la pirotecnia, lograba olas de lumbre que para los civiles era imposible combatir; el auxilio de todas las fuerzas de bomberos no se hizo esperar, y fue en ese momento, que personas, totalmente desprotegidas pero armadas de valor y humanidad, como Miguel Pérez, se acercaron a ayudar. 

Los gritos desesperados no cesaban, la muchedumbre corría sin tener un rumbo fijo, sin saber a dónde tropezaban, pasaban encima unos de otros, pero la histeria no contagió el ánimo de Miguel, quien socorrió durante cuatro extenuantes horas y no perdió la calma, "lo que pensábamos era que no fuera a brincar hacia el mercado."

Su familia lo esperaba con preocupación, pensaron que había sido en el mercado. "Llegué con tristeza a mi casa, por la gente que desapareció, las perdidas, la economía."  

Miguel asegura que después de tan desafortunado evento no sintió miedo de volver, pues es su día a día, pero como comerciante, su preocupación estaba puesta en la demorada reactivación de las ventas. 

"Año con año para mí es inolvidable, mi hijo estaba recién nacido, no me puedo olvidar del tiempo que ha pasado." Con un rostro serio y sin aparente tristeza, recuerda la lamentable pérdida de Iván Gómez Gómez, el joven hijo de su amigo, quien falleció días después de su intrépida acción de auxilio en el incendio, y después de revivir la explosión de hace 19 años, Miguel asegura que el tiempo dio la resignación.

El nombre de Iván es el último que se lee en la cruz de luto pegada en el pavimento de la esquina conocida como la “zona cero”.

Fue una de las peores tragedias: Bomberos 

Alfonso García Cardona todavía recuerda el olor a humo y carne quemada que desprendía la avenida Hidalgo.

Los carros calcinados y la gente gritando fue una de las cosas más sorprendentes y aterradoras que vio en todos sus años como bombero. Algo que lo marcó hasta el día de hoy y que aún duele recordar.

 

“En aquel entonces yo fungía como jefe de bomberos de Apiver, estaba dentro del recinto portuario. Yo me encontraba con mi familia viendo lo de la cena, cuando comenzaron las alertas en nuestros radios” contó.

 

La columna de humo se alcanzaba a ver por todo el recinto portuario, las alertas comenzaban a llegar y la respuesta tenía que ser inmediata, pues la vida de muchas personas corría peligro, recuerda.

No había tiempo de esperar la autorización de sus jefes para sacar el equipo, por lo que tomó la decisión de ir con refuerzos a la zona de desastre, aunque eso ocasionara que lo despidieran.

La escena que se quedó impregnada en su mente fue de los cuerpos quemados en la vía pública, gente pidiendo ayuda para salvar a sus familiares y los paramédicos atendiendo a las víctimas que estaban con vida. 

 

“Mi esposa estaba embarazada de nuestro primer hijo, seis meses de embarazo, cuando esto se comienza a calmar yo me senté en la banqueta y comencé a llorar y cuando llegué a mi casa igual abrazar a mi esposa, no me había tocado una situación donde mucha gente hubiera perdido la vida en un mismo siniestro”, relata.

 

“Ha habido incendios grandes, pero que dejen marcados como ese no” 

Jorge Sandriel, es segundo comandante del Heroico Cuerpo de Bomberos Municipales de Veracruz, desde hace 30 años trabaja combatiendo todo tipo de accidentes, incendios y catástrofes, una de las peores que hasta el momento lleva presente, es el incendio del mercado, aseguró. 

 

“Nos llamaron porque había el incendio, acudimos y rápidamente vimos como la gente del parque Zamora empezaba a correr, despavorido todo mundo, porque veía que el incendio estaba grande”, cuenta Jorge.

 

 

El humo, el fuego y los cohetes de pirotecnia que todavía estaban activos complicaron los trabajos para apagar el fuego.

El trabajo en conjunto de bomberos, personal del Ejército Mexicano y la gente que se encontraba en el lugar ayudó a que los vehículos con equipo de rescate llegaran hasta la zona. 

Muchas personas se quedaron atrapadas dentro de los locales de ropa, una de las escenas más fuertes que recuerda Jorge, es cuando abrió el interior de los vestidores de una tienda de ropa. 

Empleados y clientes quedaron atrapados dentro del lugar, sus cuerpos apilados protegiéndose de las llamas formaron una especie de pirámide humana, que no los protegió de morir. 

El 31 de diciembre del 2002, no solo quedó marcado en la vida de Alfonso y Jorge, sino de todos los habitantes del puerto de Veracruz. 

El incendio fue ocasionado por la explosión de varios puestos de venta de articulos pirotécnicos en el mercado Hidalgo. La tragedia abarcó varias cuadras a la redonda del la zona de mercados. 

Las cifras oficiales señalan que hubo 28 muertos, 50 lesionados, la mayoría por inhalación de humo tóxico, así como vehículos, puestos fijos y edificios quemados.   

El epicentro de incendio ocurrió en la esquina de la calle Juan Soto y la avenida Miguel Hidalgo, donde actualmente se encuentra una cruz blanca y una placa negra con los nombres grabados de las víctimas. 

Fueron más de 50 elementos entre bomberos conurbados, de la Administración Portuaria Integral de Veracruz (Apiver), de Alvarado, Xalapa, del aeropuerto e incluso de departamento de Pemex, quienes ayudaron a combatir el incendio. 

Cada 31 de diciembre los jarochos recuerdan aquel incendio, con una misa en memoria de las víctimas del mercado, una tragedia que pudo prevenirse, si se hubieran tomado las medidas de prevención para detener la venta de pirotecnia, aseguraron Alfonso y Jorge.  

29 muertos y un solo detenido

Según los datos oficiales fueron 29 personas las víctimas que fallecieron en el incendio causado por la explosión de pirotecnia en la zona de mercados de la ciudad de Veracruz.

La versión oficial señala que el incendio fue por un corto circuito del cableado eléctrico de la zona de mercados, algunos rumores de comerciantes dicen que fue intencionalmente, provocado por personal del Ayuntamiento de Veracruz.

Por esa tragedia se levantaron 23 órdenes de aprehensión en contra de vendedores que comercializaban los cohetes y 10 exfuncionarios del Ayuntamiento de Veracruz.

Mientras que el alcalde de aquel entonces, el panista José Ramón Gutiérrez de Velasco, no tuvo ninguna orden girada en su contra ni enfrentó ninguna responsabilidad.

Con una fianza de 10 mil pesos los funcionarios del Ayuntamiento salieron libres, la única persona que estuvo presa por este accidente fue una vendedora ambulante, luego de tres años salió libre.

Declaraciones de aquel entonces de la comerciante, aseguró que la autorización para que los locales de pirotecnia se instalaran en aquel sitio, fue girada por personal del Ayuntamiento.

Los pagos de los permisos para la instalación de los puestos no eran registrados en la Tesorería, lo que provocó que en ese año se colocaran demasiados puestos sin el control necesario de las autoridades, denunciaron los locatarios.