LERDO DE TEJADA, VER. - Esmeralda seca el sudor acumulado en su frente, toma un respiro y se acomoda sus cabellos negros. Antes de empuñar su machete para cortar cañas de azúcar, voltea a ver a Miriam, su hermana. Sus miradas se encuentran. La cosecha más dulce del año es amarga para las dos niñas.
Hoy el clima les sonríe un poco más que ayer. Llovió por la mañana en Lerdo de Tejada y en sus alrededores. El Zacatal, donde Esmeralda y Miriam, de 12 y 14 años, van a la zafra desde el pasado noviembre, huele a tierra mojada.
En estos cañales la zafra depende de los niños y jóvenes que llegan de zonas lejanas, sobre todo indígenas. En Lerdo, los viejos cortadores de caña ya no quieren ir al campo. El resto de los jornaleros, que trabajaban en el Ingenio San Francisco, están en pie de lucha para que la empresa reabra o al menos los liquide.
Esmeralda y Miriam ayudan a sus padres Florencia y Cornelio, mientras Alan, el más pequeño de la familia corre entre los cañales. De pronto se cansa y toma aire debajo de una casa de campaña hecha a su medida con cuatro palos y un pedazo de tela. Sólo tiene cuatro años.
Los tres menores abandonaron la escuela en medio de la pandemia de la covid-19 por la falta de dinero. A sus papás ya no les alcanzó para pagar las cuotas de la telesecundaria y primaria donde Miriam y Esmeralda estudiaban en la comunidad de San Antonio, en el municipio de Soteapan, donde la familia tiene sus raíces.
Esmeralda dice que no le gustaba la escuela, pero que preferiría estar en un aula, entre libros, letras y números. El trabajo del corte de caña que se lleva a cabo en El Zacatal es duro, dice.
“Yo no me siento muy bien aquí, la verdad”, comparte Esmeralda, quien al igual que sus padres y su hermana tiene la cara y las manos manchadas de negro, entre el lodo por la lluvia mañanera y los restos de los tallos de caña que los jornaleros queman para que los cortadores no se encuentren culebras o arañas a su paso.
De las dos hermanas, la más aplicada en la escuela era Miriam, cuenta su madre. La menor se abre paso entre los cañales cortando la planta recordando su paso en el salón de clases. Sólo se escucha el sonido de su machete en medio de un respiro profundo ahí en donde todos trabajan callados.
A Miriam y a su hermana, el gobierno federal les suspendió las becas de 650 pesos que recibían mensualmente. El dinero de las becas y otro apoyo alimentario que su familia recibía aún en el sexenio del expresidente Enrique Peña Nieto complementaba el salario de Cornelio, su padre.
“Como ya no alcanzaba, yo tuve que dejar la telesecundaria en San Antonio, entonces me vine para acá, porque ya no nos alcanzaba el dinero para pagar la escuela. Allá no se puede trabajar, no aceptan niños”, explica.
La menor habla mientras continúa cortando la caña. Para ella y su familia no hay tiempo que perder, pues al mediodía el calor arrecia más que a cualquier hora. Hoy, en El Zacatal se perciben 28 centígrados, pero la temperatura crece conforme la tierra mojada se seca.
“Yo preferiría estudiar para tener mejores puestos, encontrar un trabajo mejor que esto. Quería estudiar por lo menos la universidad, no lo logré porque nos quitaron el apoyo”, comenta Miriam.
La madre de los niños, Florencia Gutiérrez, de 32 años, relata que comenzó su matrimonio con su esposo Cornelio Ramírez, de 36, en 2008. Desde entonces se dedicaron a la zafra en la zona cañera de Lerdo de Tejada-Ángel R. Cabada, en la región de Los Tuxtlas.
Florencia, Cornelio y sus tres hijos son una familia originaria de San Antonio, una localidad indígena del municipio de Soteapan, en donde, según el Sistema de Información Cultural (SIC) del Gobierno de México, habitan 35 mil 50 personas que aún habla el popoluca.
“Yo me dedicaba al corte de caña, junto con mi esposo, pero entró el licenciado Enrique Peña Nieto, nos dio el apoyo alimentario cada dos meses, no mucho, nos daban 950”, dice Florencia.
Aparte del apoyo alimentario que la familia tuvo en el último sexenio priista, Miriam y Esmeralda eran becadas con 650 pesos mensuales. Con eso y el salario de su esposo, que se dividía entre la zafra y el corte de espárragos en Sonora, tenían la vida resuelta, asegura la cortadora de caña.
En San Antonio, describe, viven en una casa de tablas y láminas que Cornelio construyó en un patio que su padre le heredó. No tienen tierras para trabajarlas, por lo que tampoco reciben apoyos como los que el gobierno federal brinda mediante el programa Sembrando Vida.
De acuerdo con el sitio web del programa, quienes reciben el apoyo económico de cinco mil pesos mensuales de Sembrando Vida deben ser mayores de edad y tener disponible una parcela de una extensión mínima de 2.5 hectáreas para usarla en un proyecto agroforestal.
“Prácticamente el gobierno se olvidó de nosotros que somos jornaleros”, lamenta a lo lejos Cornelio.
Seis meses lejos de casa
Cornelio se descubre la camisa, toma agua a cada rato. Florencia no tiene de otra más que quedarse con una sudadera puesta al igual que sus hijas. Todos llevan manga larga. Aquí el sol quema con fuerza. Alan los mira debajo de su casa de campaña, les sonríe, y Cornelio le regresa el gesto.
Son las dos de la tarde, el cielo nublado comienza a despejarse. Miriam y Esmeralda apuran el corte, pues faltan sólo dos horas para que el camión regrese por los jornaleros al predio El Amate para llevarlos a la galera de El Zacatal, donde duermen.
La familia debe cortar alrededor de cuatro toneladas de caña de azúcar que los camiones trasladan al Ingenio San Pedro, la única industria azucarera que sobrevive en Lerdo de Tejada desde que el Ingenio San Francisco El Naranjal se declaró en quiebra en 2013. Son 500 pesos que las niñas y su familia ganarán esta tarde.
Llevan cinco meses en Lerdo de Tejada desde que la zafra inició en noviembre de 2021. Sólo una vez regresaron a San Antonio, pero fue imposible hacerlo más, pues por los cuatro deben pagar mil pesos de pasaje. Regresarán hasta pasado el 10 de julio, cuando Cornelio calcula que la zafra termine.
“Tenemos esta necesidad de trabajar y tampoco dejamos a los niños allá en el cuarto, allá ha habido muchos casos de secuestro y envenenaron a la hija de mi hermana hace un año, casi, y no quisiera que les pase lo mismo”, afirma Florencia.
César, Valeria y Julio
A unos metros de donde Miriam y Esmeralda cortan la planta con sus padres, César, Julio y Valeria, quienes toman con una mano los palos de caña. Con el machete en la otra los cercenan y los tiran a sus espaldas, sin voltear. Sus miradas están clavadas en el cañal.
Llegaron a las cinco de la mañana a los cañales de El Zacatal, como todos los días. A las dos de la tarde, el cuerpo está cansado, pero no pueden parar. Hay que sacar para la comida y un poco más para guardar para la casa, dice Juana Gutiérrez Mateos, la madre de los tres.
Al igual que los Ramírez Gutiérrez, César, Julio y Valeria y sus padres son originarios del municipio de Soteapan. Cada quince días regresan por un rato a su comunidad natal, Gavilán, en donde su vida no es muy distinta a la primera familia.
César, de 17 años, corta caña al lado de su padre Dionisio Cruz. Abandonó la escuela el año pasado para dedicarse a la zafra. Es su primera temporada en Lerdo de Tejada, pero aprendió el oficio rápidamente, ayudado por lo que aprendió en el campo, allá en Gavilán.
El adolescente asegura que dejó la escuela porque quiso, pero explica que con la pandemia el dinero no alcanzó para pagar internet en casa ni tantas recargas para que pudiera tomar clases por el celular. Desertó porque salía muy caro y menos rendía para la comida.
Valeria, su hermana de 11 años, está siempre con su madre. Es callada, a diferencia de su hermano Julio, de 10, quien al menos responde un sí a todo. El menor de los tres se va lejos, se mete entre los cañales para cortarlos.
Ninguno de los dos estudia debido a que la primaria de Gavilán, una escuela del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) que se construyó sobre un terreno que donó el abuelo de los niños, cerró hace un año por la pandemia, relata la madre.
Las escuelas más cercanas se encuentran en la comunidad de La Magdalena, en Soteapan. Se puede llegar a pie. Es la única opción para personas de escasos recursos como ellos, asegura, Juana. Sin embargo, el trayecto desde Gavilán es de tres horas. Debía levantarse a las tres de la mañana para prepararles el desayuno a sus hijos.
Cuando la delincuencia invadió a Soteapan y parte del sur de Veracruz, los padres decidieron ya no enviarlos a la escuela. En noviembre de 2021 el municipio fue escenario del secuestro y asesinato del joven José Manuel N, quien fue encontrado con huellas de violencia dentro un tambo de plástico en Catemaco.
Juana Gutiérrez Mateos y su esposo Dionisio Cruz acuden cada a la zafra desde hace 29 años, cuando tuvieron a su primera hija. El año pasado el hombre se fue a la cosecha de algodón a Chihuahua y regresó en marzo para llevarse a toda la familia a la zafra.
César, Valeria y Julio reciben poca ayuda de sus padres en la zafra. Ellos solo los acompañan cortando ligeramente la caña de azúcar, pues Dionisio está algo enfermo y cansado por la edad y a Juana se le hinchan los pies y le duelen. Al día ganan cerca de 800 pesos entre los cinco por cortar alrededor de ocho toneladas de caña.
“Es cansadísimo, tenemos que sacar tres cortes para sacar lo de la comida y dos cortes para guardar pa´ la casa. De lo que vamos a sacar ahorita vamos a comprar carnitas y chicharrones, eso es lo que vamos a comer”, comenta la madre.
El regreso a la galera
Son ya más de las cuatro de la tarde cuando el camión llega por Miriam, Esmeralda, Alan, Valeria, Julio y César para llevarlos de regreso a la galera de El Zacatal. Junto con ellos suben sus padres y más de 80 jornaleros que trabajan en la misma cuadrilla.
Mientras la familia de Juana se prepara para comer carnitas y chicharrones que compraron en los alrededores, Florencia Gutiérrez se sienta sobre una banca de cemento a pelar un par de papas que pondrá dentro de una olla de agua que hierve sobre una estufa de mesa.
Cornelio y sus hijos, Miriam, Esmeralda y Alan matan el hambre comiendo algunos trozos de sandía. El hombre, además, sostiene en sus manos un galón con agua que toma para refrescarse después de una jornada de casi 12 horas en el campo.
A la semana sacan alrededor de dos mil 500 pesos de la zafra, pero casi todo se queda en la tienda de la galera, al estilo de las tiendas de raya del “Porfiriato”. El salario solo les alcanza para comer y para pagar una antena para ver la televisión en una pantalla con la que llegaron desde San Antonio, Soteapan.
Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el 58.6 por ciento de los habitantes del estado de Veracruz viven en condiciones de pobreza y uno de cada 10 veracruzanos vive en pobreza extrema.
El cansancio se nota en cada uno de ellos, menos en el pequeño Alan que, travieso, sale y entra uno del cuarto. Juega solo, mientras sus hermanas descansan sobre una base de cemento que no tiene colchón. A pesar del calor, la cama está cubierta de cobijas que evitan que los moscos se cuelen.
Al otro lado de la habitación de las niñas está la habitación de Florencia y Cornelio. Hay un colchón manchado y con varios huecos. En el mismo cuarto está la televisión y una máquina de coser. No hay nada más, ni baños ni regadera.
Se bañan en la esquina del cuarto, pegados a la puerta, en donde hay un par de cubetas grandes y otra más pequeña que utilizan como jícara para vaciarse el agua.
A Florencia se le escurre una lágrima después de que pone las papas en el agua. Dice que sin los apoyos que recibían están en la ruina. No quiere otra cosa más que sus hijas Miriam y Esmeralda regresen a la escuela y que Alan pueda ir al kínder, pero por ahora tiene perdida toda esperanza.
Hay que comer, hay que dormir, la madrugada los espera para otra larga jornada en Zacatal.
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