XALAPA, VER.- "Mi madre decía que no había dolor más grande para alguien que cuando se muere tu pareja” dijo Lupe, sin saber que meses más tarde, su hermana Vero viviría esa pena cuando un infarto se llevó la compañía de su esposo, José Ávila, en un pueblito escondido entre árboles de mango a media hora de la capital de Veracruz: Jalcomulco.
Verónica Anell Vela, de 57 años, es parte de una de las tradicionales numerosas familias en Jalcomulco; ella y sus 6 hermanas siguen las costumbres que dicta el pueblo, incluidas las relacionadas con la muerte. ‘Las Anell’ son solo una fracción de todas las mujeres ‘tlacualeras’ del pueblo que hacen posible que el ritual del fallecimiento se preserve ‘al pie de la letra’.
El 30 de agosto del 2020 José Ávila descansaba en su hogar tras una larga jornada de trabajo como taxista. Un dolor en el pecho sería la antesala de su muerte, mientras su hijo (José Ávila Anell) lo auxilió a subir a una ambulancia, de la que ya no bajó con vida.
Desde el primer segundo en que Vero toma conciencia de la muerte de su ‘pareja de vida’, a quien hace unas horas le había preparado unos ‘huevitos’, solo le llega un pensamiento: ‘¿Y ahora cómo le voy a hacer?’
"Tienes que tener dinero para… ¡pues para lo que se venía! ¿no?" narra Vero al recordar la colosal lista de tareas y gastos que llegaron a partir de la muerte de José, quien era además la fuente de ingresos de Vero.
Ritual
José fue velado dos días, durante los cuales las mujeres cercanas a Vero comenzaron a mover la organización de comidas, flores, rezos, sillas, mesas y dinero necesario para dar sepultura al cuerpo.
Mientras las mujeres ya tienen listo pan y café para recibir a las personas que ‘acompañan’ a la familia Ávila Ánell, los hombres se preparan para cavar la fosa en el único panteón del pueblo.
Verónica recibió a las personas que fueron a dar el pésame en su casa, dejando escapar una lágrima entre abrazo y abrazo, u otras simplemente mirando ‘a la nada’.
No es necesario que alguien mande, o dicte. Todas y todas ya saben que los hombres vivirán su duelo en compañía entre ellos mientras se cava, con tragos de cerveza y caña. Las mujeres se encargarán de tener lista comida y agua fresca para recibirlos.
El día de sepultura se hace un pequeño contingente con las personas cercanas a la familia. Con velas se recorren calles del pueblo hasta llegar al panteón, y entre lágrimas, dedicar unas últimas palabras al fallecido.
Del 30 de agosto, al 8 de septiembre todas las noches se dedicó un rosario a José. En su casa se recibieron a familias jalcomulqueñas que fueron a acompañar, y realizar donaciones de desechables, café, pan, azúcar, frijol y dinero, pues el noveno día es como una ‘fiesta’, pero Vero no sabía que serían más de 200 personas las que asistirían al último rezo por su esposo.
“como la gente te apoya pues dices tú, ‘no pues lo vamos a hacer’, porque qué vamos a hacer ya con todas las cosas que teníamos. Que iba yo a hacer con tanto frijol, con tanto plato…” dice Vero, que recibió las donaciones de 253 personas, apuntadas todas en una libreta que aún guarda, con la caricatura de Garfield en la portada.
Cada noche de rosario los y las acompañantes deben ser recibidos con comida. Las hermanas Anell se ingeniaron para alimentar con pan, café y antojitos a todos y todas, en su mayoría mujeres. Era tanta la necesidad de espacio que incluso se rompió la pared con la que colinda la casa de Vero con el campo deportivo.
De un momento a otro, lo que era un patio, se volvió cocina en la que se prepararon antojitos, tamales, atoles y aguas frescas.
''Hoyo de arena'', es lo que significa en náhuatl Jalcomulco. Rodeado de cerros por todo lados que se vea, los paisajes y escenarios que regala el pueblo han sido atractivo de visitantes nacionales y extranjeros, que incluso deciden mudarse ahí.
La cosmovisión que existe en torno a su río, hacen que la vida cotidiana siempre esté relacionada a él; la pesca, la empresas turísticas de descenso, los paseos y hasta las leyendas. La actividad económica depende del río. Todos y todas viven directa o indirectamente del río.
En sus calles, siempre hay movimiento; de las amas de casa que van de un lado a otro a visitar a las comadres en su paso por las cosas para preparar la comida. Hay movimiento de vasos de caña con refreso y cervezas que se mueven entre las manos de los trabajadores que recién fueron al campo. Hay movimiento de los niños, que juegan a corretearse de cuadra a cuadra.
En medio de estos escenarios, de repente aparece una carpa en medio de la calle. En el lenguaje no verbal "jalcolmulqueño" eso significa que ahí se murió alguien.
Debajo de la carpa se albergan las personas que acompañan los rezos del o la difunto o difunta; después de 9 días será el espacio en el que mujeres se reunirán a medianoche para cocinar hasta amanecer. Como por acto de magia, de un momento a otro hay cientos de tamales y litros de atoles.
Después del novenario las liturgias siguen, pues las señoras bajan al río a lavar todos los trastes utilizados, y se organizan ''brigadas'' para repartir comida casa por casa a las familias que apoyaron en el evento. Niñas, jóvenes y señoras andan de un lado a otro bajo el sol con platos y cubetas para dejar los itacates.
El ‘gaffete’
¿Cómo alimentar a 200 personas con el mínimo de gastos y respetando la tradición? Organizadas. Las tlacualeras son las encargadas de la ejecución y organización de toda la comida para el novenario.
El campo deportivo fue adecuado con filas de mesas para cocinar en el novenario de José Ávila. Desde que cae el sol ya se escuchan las risas de mujeres listas con ropa cómoda, después de dejar hecha la cena en sus casas, los trastes limpios y la ropa lavada.
En orden jerárquico, en primer lugar está ‘la del gaffete’, quien lidera toda la organización.
Su responsabilidad es la más alta, pues basada en su experiencia de otros novenarios, ya sabe cantidades y maneras de realizar cada detalle. El 8 de septiembre Asunción Anell conocida como ‘Chona’ se encargó de dirigir a las casi 100 mujeres que fueron a ayudar, y 30 hombres.
Atole no muy dulce, tamales no muy picosos, que nada sobre y nada falte.
Ese día fueron cocinados mil 500 tamales en tres tinas, 500 litros de atole, 500 de café, se mataron 25 pollos para hacer mole y la cantidad de pan era incontable; solamente se abrían cajas tras cajas y rondaban las piezas.
Para economizar, y por la exorbitante cantidad de comida, no se usan estufas de gas. El campo deportivo sirvió para hacer fuegos con leña. Los hombres ayudaban a cargar ollas de un lado a otro y las mujeres a crear tamal tras tamal.
Las siguientes en la jerarquía, son las mujeres encargadas de cuidar el atole, pues un minuto más en el fuego sería catastrófico. El atole no puede quemarse, y constantemente se prueba. No hay tiempo ni dinero para errores.
Otro papel primordial, son las encargadas de acomodar los tamales en tinas gigantes, que podrían servir de alberca para un niño; es todo un arte, que solamente la práctica las ha llevado a perfeccionar.
Las demás se dedican a ‘destender’ masa sobre hojas de plátano para crear los tamales. Se escucha durante horas el golpeteo de las manos sobre la mesa, entre risas de ‘picardías’ que las señoras en confianza se lanzan una a la otra.
Cualquiera que viera la situación desde fuera creería que es una fiesta, sin embargo, en medio de la ola de tareas, está Vero, que de vez en cuando necesita ausentarse para estar sola.
El duelo de la mujer
“…es una tradición que es así, pero pues por otra es un ‘gastazo’, entonces, pues sí estaría bien que en un momento ya no se hiciera así.” Confiesa Vero.
Para la psicóloga Brenda Ceballos Flores, egresada de la Universidad Veracruzana, con maestría enfocada en procesos cognitivos y conductuales de género, el duelo para las mujeres definitivamente es diferente, pues por sus experiencias de vida y cargas domésticas lo aplazan, “se van postergando de manera psicológica”, explica.
En Jalcomulco, los hombres viven su duelo con un permiso de apartarse de las actividades relacionadas a la organización del novenario. Sus tareas son relacionadas a cargar, cavar y hacer mandados.
Vero cree que los hombres en el pueblo viven su tristeza en silencio. Pues es ''mal visto'' que expresen abiertamente sus sentimientos; eso es para las mujeres, catalogadas como ''las sentimentales''. "Yo creo que es difícil, porque solo pueden tomar".
La carga doméstica y de género es una atribución de lo que se cree “que debe” hacer una mujer por el simple hecho de serlo.
“Esto está permeado por la cultura y las tradiciones de su contexto más próximo (en este caso el ser tlacualeras)”, opina la profesional en la salud relacionado a la experiencia de las mujeres jalcomulqueñas.
A seis meses de la partida de su esposo, Verónica no sabe si hubiera sido mejor o peor su duelo si no lo hubiera vivido en medio de caos, preocupada por alimentar a más de 200 personas. Asegura que ‘las cosas deberían cambiar’ y ciertas tradiciones deberían romperse o modificarse. "Pero yo creo que nunca va a cambiar..." dice, en voz alta un pensamiento que pareciera más para ella misma.
“Hay una premisa muy importante con los duelos que de manera coloquial es ‘lo que no se resuelve se arrastra’ por lo que es necesario atravesar eso que se siente”, dice Ceballos Flores.
“No hay una forma sana o pasos a seguir en este proceso. Lo que se sugiere es vivirlo, reconocer redes de apoyo, asumir emociones, reconocer sentimientos y reconocimiento del ahora.”