Coatzacoalcos, Ver.- "Primero le prendieron fuego a la barra, ahí le cayó gasolina a la cajera (Vanessa) y se quemó. Hubo disparos. Aventaron una bomba molotov a la pista donde había acabado de bailar nuestra compañera Fernanda. Mucha gente inocente se fue muriendo".
Es el testimonio de Rosa, una bailarina que sobrevivió al atentado en el bar Caballo Blanco, en Coatzacoalcos. En entrevista exclusiva para E-Consulta Veracruz y AVC Noticias. La mujer detalla la noche trágica del 27 de agosto, donde 31 personas murieron asfixiadas por el humo o a causa de quemaduras que desintegraron sus cuerpos.
La plática se desarrolla en un lugar fuera de la ciudad donde ella se resguarda con cadenas. Como el resto de sus compañeras que libraron la muerte ahora pone sus planes fuera de Veracruz. Con sus palabras deja claro que trabajar en Coatzacoalcos "ya es prácticamente un suicidio".
Rosa -cuyo nombre real ha sido cambiado por seguridad- se devuelve al martes 27 de agosto. Eran alrededor de las 22:00 horas. María José Pulido (conocida como Fernanda) terminaba de bailar su tercera canción sobre la pista cristalina en Caballo Blanco. Los aplausos y rechiflas de los clientes terminarían pronto.
"Llegó un vehículo al bar. Se bajaron aproximadamente cuatro personas", recuerda Rosa. Dos guardias que cuidaban la única entrada del lugar -Ulises y José Manuel- nada pudieron hacer ante armas largas de sicarios. "Los golpearon y también los metieron al bar", agrega.
Ya al interior, los agresores irrumpieron con disparos al aire y rociaron con gasolina cada rincón del bar. "Le prendieron lumbre a la barra y ahí le cayó gasolina a la cajera (Claudia Vanessa) y pues se quemó".
El terror se avivó, como las llamas, cuando los responsables del atentado habrían lanzado una bomba molotov a la pista de baile. En fotografías que se difundieron en redes sociales se muestra el cuerpo desnudo de María José Pulido (Fernanda), una de las primeras víctimas en la tragedia.
Cuando el establecimiento ya ardía, los pistoleros cerraron la única puerta en el bar Caballo Blanco y se dieron a la fuga. "Todos gritaban y pedían auxilio", recuerda la mujer aun con la respiración agitada.
Rosa cuenta con nostalgia lo que ella refiere como un acto de valentía de Erick Hernández, el encargado de ambientar todas las noches con música tipo Circuit y Reggaetón, conocido como "DJ Bengala".
"Nuestro compañero, el DJ Bengala, fue el que abrió la puerta con ayuda de otros clientes y personal. Pudieron salir unas personas, pero Bengala se regresó a querer sacar más gente, pero ya no logró salir".
Otras víctimas que Rosa recuerda son los guardias de seguridad: Ulises, declarado muerto, y José Manuel, que agoniza en un nosocomio con quemaduras en la mitad del rostro y a quien posiblemente le sea amputado un brazo.
Rosa aclara versiones sobre un menor de 15 años que fue incluido en la lista de víctimas. "Él vendía dulces afuera del bar. No me explico cómo se quemó si estaba afuera". Y añade que dos jóvenes que fueron retratados a las afueras del establecimiento -y que figuraron en portadas de medios internacionales- eran familiares del adolescente.
"Hubo alertas por cobro de piso; tenemos miedo"
"Ya había habido como alertas, alertas de que algo así podía suceder", dice Rosa, quien se limita a compartir que los dueños del bar Caballo Blanco pagaban una cuota -extorsión- a un grupo de la delincuencia organizada. Días previos al atentado, agrega, presuntos integrantes de "otra organización" se presentaron como los nuevos "dueños de la plaza" y exigieron que sus productos o drogas fueran distribuidos en ese lugar.
A la bailarina se le cuestiona si hay temor aun entre sus compañeras. "Pues claro. Al menos nosotras ya trabajar en Coatza, pues no. Luego a veces viajamos y les decimos a las otras compañeras que nos dicen que vienen a trabajar a Coatza: ´No pues para allá no vayas´, porque ir a trabajar en Coatza ya es prácticamente un suicidio", responde temerosa.
El gobernador Cuitláhuac García Jiménez y el Fiscal Jorge Winckler Ortiz han coincidido que el atentado del bar Caballo Blanco está ligado al cobro de piso, en manos de presuntos delincuentes. En los últimos meses otros cinco comercios fueron incendiados en Coatzacoalcos.
"Ahora imagínate trabajar en un lugar en donde tú sabes que estás más expuesto todavía a esas cosas, pero pues ni modo, uno tiene que trabajar; es por tu familia, por tus hijos, por la escuela, por medicamentos", dice.
Pobreza y violencia: lo que unía a las bailarinas en bar Caballo Blanco
Familias enteras que mantener, ilusiones fervientes por ver crecer a sus hijos sin hambre y con recuerdos de violencia machista que las unía como una familia. Son algunos lazos de 13 bailarinas que dieron su última presentación en el bar Caballo Blanco. Al menos 9 de ellas murieron asfixiadas o quemadas en el atentado del 27 de agosto, en Coatzacoalcos.
“Este trabajo exige desvelos, paciencia, una sonrisa e hígado para soportar a los clientes. Mis compañeras aguantaban eso y más para ganarse la vida. Cuando alguna se enfermaba todos cooperábamos para sus medicamentos. Nadie merecía morir así”.
Son las palabras de Ángel, quien surtía zapatillas a las mujeres que trabajan en el bar Caballo Blanco. De todas conoce sus nombres reales y aquellos que usaban “en el ambiente”; las canciones (tipo baladas) que elegían para desnudarse, pero, sobre todo, los problemas que ellas le confiaban como amigo.
“Cada una tiene su historia. Mujeres que tienen hijos, que fueron madres, y que la vida y la pobreza las trajo a este tipo de negocio”, comparte el hombre de voz entrecortada, quien hace presencia en el quinto entierro consecutivo en el Antiguo Panteón de Coatzacoalcos.
“Allá viene Fernanda. La de allí es Suleyma. Ayer me despedí de Sugeidy y de Xóchitl”, dice mientras es arropado por más mujeres que, por fortuna, descansaron la noche del atentado. “Esa vez hubo 13 chicas. No quiero pensar qué hubiera pasado si la tragedia tocaba en fin de semana, cuando mínimo trabajan 25”, agrega.
Las víctimas por quienes hoy lloran sus familias son: María del Carmen, Xóchilt Nayeli, Abril, Catalina, Anahí, María, Sugeidy, Rocío, Valeria, Suleyma, Dayana y Vanessa. La mayoría con hijos, de entre 20 y 30 años de edad, cuyas muertes engrosan los crímenes contra mujeres en Veracruz, entidad que encabeza las denuncias por feminicidios en todo México, según cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
“La última que me habló fue Sugeidy; no pude entregarles unas botas negras”
“Papi, ¿me conseguiste las botas que te pedí?, preguntó Sugeidy Vázquez a Ángel en un mensaje de WhatsApp, a tres horas del fatídico atentado.
El martes 27 de agosto, Ángel publicó en su cuenta de Facebook que recién había sido hospitalizado. Sugeidy, pocos minutos después, le llamó por celular. “Papi ¿cómo estás? Paso mañana a tu casa para ver cómo sigues y para que me des mis botas y ya me las estrene el miércoles”.
Esas botas negras de piel del número 4, de cuarta plataforma y con agujetas, Sugeidy no pudo utilizarlas. “Ella me las había pedido 15 días antes. No alcanzó a recogerlas”, cuenta Ángel quien llora al reproducir los audios de la mujer que, quizá, ya se maquillaba para esa noche de trabajo.
“Son unas botas muy, muy bonitas. Las bailarinas por lo regular usan zapatillas; pocas usan botas (…) Ella se enojaba de que le dijera gorda. No porque estuviera gorda, yo le decía gorda de cariño”, cuenta con una sonrisa discreta.
Sugeidy Vázquez tenía 23 años y era originaria de Cárdenas, Tabasco. Ángel y más compañeras la describen como una persona alegre, “con ganas de sacar adelante a su hija y que no pasara lo mismo que ella había pasado”.
Este 28 de agosto Sugeidy o “Anel”, como se presentaba en la pista de baile, fue velada en Minatitlán; sus restos y su hija fueron llevados a Tabasco. Será su madre quien se hará cargo de la menor de tres años. En tanto, Ángel asegura que no olvidará las veces que visitaron Tulum, Palenque y otras ciudades donde afianzaron su amistad.
“La de allá es María Fernanda; su razón de ser siempre fue su hijo”, orienta al reportero. La familia de Suleyma Hernández Sánchez aún no termina de despedirla entre cantos cristianos al interior de una capilla cuando al camposanto entra otra carrosa con el féretro de María José Pulido De La Cruz. “Allá viene Fernanda. Ayer me despedí de Sugeidy y de Xóchitl, dice Ángel con lamento.
A María José, comparte que también le entregó un último pedido el lunes 26 de agosto: unas zapatillas negras con plataforma brillante. A ella la describe como una persona alegre, emprendedora, a quien nada la detenía. “Su razón de ser fue su hijo de dos o tres años”.
El entrevistado narra un episodio que tuvo con Fernanda. “Yo llegaba a su casa para cobrarle un abono, estaba con su mamá y con su hijo. Ellos estaban comiendo caldo de camarón. ¡Puta madre!, -le digo-, cómo sufren. Y ella me dijo que la estaba matando la cruda. Comimos y pasamos un bonito rato”.
Hijos y pobreza: la herencias de las demás bailarinas
Xóchitl Nayeli Irineo murió a los 22 años de edad por anoxia por gases. Deja dos hijos: Hellen y Alexander, de 3 y 7 años de edad. A Valeria Valencia Martínez, originaria de Jesús Carranza, su esposo y su hijo la buscaron durante 48 horas hasta que su muerte (anoxia por gases) les fue confirmada en el Servicio Médico Forense de Cosoleacaque.
Suleyma Hernández Sánchez, originaria de Coatzacoalcos, bailaba 11 horas diarias para sostener a sus dos hijos, de cuatro y seis años, respectivamente. Su cuerpo fue identificado por un lunar que tenía en la quijada y sus brackets.
Claudia Vanessa Cruz Hernández, de 20 años, fue declarada muerta en el Hospital de Alta Especialidad del puerto de Veracruz, tras 72 horas de agonía. Al igual que la mayoría, deja hijos en el desamparo.
“Para ganar mil pesos debes desnudarse 3 veces y beber 15 copas de Whisky”
Una vez expuesta la tragedia del bar Caballo Blanco, Ángel y cinco bailarinas que han acudido a despedir a sus compañeras, relatan las condiciones en que ellas se ganan la vida cada noche, de martes a domingo, de 6 de la tarde a 5 de la mañana.
“Se ha dicho en medios que nosotras ganamos 1 mil pesos por día. Eso es mentira. Para alcanzar ese dinero debes alcanzar lo que marca el tabulador: para tener derecho a un show debes conseguir que un cliente te invite 5 copas (cinco cuartitos (de cerveza), cinco copas de Whisky, o privados (encierros con clientes donde ellas son acariciadas)”, cuenta una de las mujeres. Pero la meta de 1 mil 200 pesos es difícil de conseguir, cuentan.
A veces apenas sacas 333 pesos (equivalente a un show) a eso le quitas la comisión al DJ (50 pesos) y otros 50 (pesos) para la ‘mami’, quien nos ayuda a recoger el vestuario. Y para las que nos regresamos en taxi ya no te cuento con cuánto salimos al día”, explican.
“A todas nosotras las circunstancias de la vida, la pobreza, nos orilló a este trabajo. Como mujer, lamentablemente, tenemos que ponernos bonita, usar un buen perfume, oler bien para un cliente. A ellos no les interesan nuestros problemas. Así vivimos todas y así se van nuestras compañeras”, culminan las bailarinas que sobrevivieron al atentado. Algunas, comparten, ya con sus planes lejos de Veracruz. Lejos del miedo y la zozobra.
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