En el universo de las violencias que enfrentan las mujeres, hay una que no solo destruye sus vidas, sino que utiliza a sus hijos como armas de daño y control. La violencia vicaria, ese acto cruel en el que los agresores buscan herir a las madres dañando a lo que más aman —sus hijas e hijos—, es quizá una de las formas más perversas de violencia de género.
Hoy, en Los Ojos de Temis, nos quitamos la venda para mirar de frente este tema urgente, doloroso y silenciado. Porque detrás de cada caso de violencia vicaria se encuentra la historia de una mujer que sufre y un sistema que, lamentablemente, no le ofrece la protección que merece.
La violencia vicaria se refiere a la forma de violencia en la que un agresor utiliza a las hijas o hijos como herramientas para dañar emocionalmente a la madre. Esto puede manifestarse en distintas formas: desde separarlos injustamente de su madre, manipularlos para que la rechacen, hasta cometer actos extremos como asesinarlos.
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Es importante entender que la violencia vicaria no es un fenómeno aislado; está profundamente vinculada a otras formas de violencia de género. En la mayoría de los casos, es una extensión del control y el abuso que el agresor ejerció durante la relación y que, al terminar, encuentra en los hijos un nuevo medio para perpetuar el daño.
Pensemos en una mujer que logró salir de una relación violenta después de años de abuso. Su exesposo, incapaz de aceptar la pérdida de control sobre ella, la denunció para arrebatarle la custodia de sus dos hijos. Èl utilizó mentiras, influyentismo, manipulación y los recursos económicos que su exesposa no tenía para que su denuncia prosperara.
Un sistema judicial que ignore el contexto de violencia vicaria detrás de este caso, fallara en su contra y permitirá que ella y sus hijos sufran el impacto de una separación injusta. En cambio, una impartición de justicia con perspectiva de derechos humanos y de género que reconozca el contexto de la violencia vicaria de la madre podrá hacer la diferencia, al protegerla a ella y a sus menores hijos.
La violencia vicaria no puede combatirse sin el compromiso activo de quienes imparten justicia. Lasny los jueces tienen en sus manos el poder de erradicar esta forma de violencia, pero para hacerlo, deben adoptar decisiones con perspectiva de género e interseccional que les permita comprender el contexto de desequilibrio de poder y desigualdad que subyace en este tipo de asuntos.
Esto implica:
Reconocer la violencia vicaria como una extensión de la violencia de género. Los tribunales no pueden tratar estos casos como simples conflictos de custodia o familiares. Deben entender que detrás de estas dinámicas hay un agresor que busca mantener el control y perpetuar el daño a una madre a través de sus hijos.
Proteger a las niñas y niños como víctimas directas. Las y los hijos de madres víctimas de violencia vicaria no son solo testigos; son también víctimas. Las resoluciones judiciales deben priorizar su interés superior y proteger su bienestar físico, emocional y psicológico, evitando decisiones que pongan a los niños en una situación de riesgo.
Escuchar y creer a las madres. En muchos casos, los testimonios de las madres son desestimados o puestos en duda, perpetuando la revictimización. Los jueces deben garantizar que las mujeres sean escuchadas con sensibilidad y que sus testimonios sean valorados con perspectiva de género, al ser un tipo de violencia que ocurre en el seno familiar, el testimonio de la víctima tiene un valor fundamental.
Capacitación en perspectiva de género. En este tipo de asuntos, resulta fundamental que la persona juzgadora resuelva con un enfoque de derechos humanos y de perspectiva de género, el cual es un mandato constitucional, por lo cual la capacitación de las y los operadores de justicia en este tipo de temas resulta fundamental. La ignorancia no puede seguir siendo una excusa para la indiferencia.
La violencia vicaria no es un tema del que se hable lo suficiente, pero su impacto es devastador. Nos enfrentamos a un problema estructural que no solo afecta a las mujeres, sino también a las infancias que crecen en entornos de violencia y manipulación.
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Recordemos que la reciente reforma constitucional impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum en materia de igualdad sustantiva y género, busca garantizar que los derechos de las mujeres sean reconocidos, protegidos y promovidos desde la Constitución, con especial énfasis en la erradicación de todas las formas de violencia de género.
Así, por mandato constitucional debe reconocerse la violencia vicaria, en virtud de que el impacto de esta reforma no solo radica en su contenido, sino en el cambio cultural que propone, por lo cual urge visibilizar el dolor de las madres y establecer que la justicia no puede ser ajena a las dinámicas de control y abuso que perpetúan los agresores.
En Los Ojos de Temis, hago un llamado a la acción: que los tribunales abran los ojos ante esta realidad, que las políticas públicas incluyan medidas específicas para prevenir la violencia vicaria, que el legislador sancione este tipo de violencia, que las leyes sean el escudo que proteja a quienes más lo necesitan, que se reconozca que en cada caso de violencia vicaria hay una madre y sus menores hijos esperando por protección; y que como sociedad reconozcamos el dolor de las víctimas.
No podemos seguir permitiendo que las y los hijos sean usados como armas y que las madres sean castigadas por intentar protegerlos. La violencia vicaria es una deuda pendiente de la justicia, pero no es una deuda imposible de saldar.
Que Temis abra los ojos y nos recuerde que la balanza de la justicia debe inclinarse siempre hacia la protección, la empatía y la reparación. Porque en cada caso de violencia vicaria no solo hay una madre luchando por su dignidad, sino también niñas y niños esperando ser salvados. Y esa espera no puede continuar.
mb