DÍA DE LA MUJER

8M: Filiberta Nevado Templos, la guardiana del bosque

Filiberta Nevado es un referente en Hidalgo de la defensa del territorio, se formó como activista hace muchos años, sin que ella misma fuera consciente en lo que se convertiría: frente de batalla, hogar y tregua

Filiberta Nevado Templos pertenece al Ocotenco, una organización comunitaria en defensa del bosque y manantial.Créditos: Susana Jiménez
Escrito en HIDALGO el

Zacacuautla.— Una camioneta pasa a toda velocidad sobre la Ruta 106, conecta Acaxochitlán con Honey, Puebla, los dos ocupantes apenas dejaron la pubertad, lucen demasiado jóvenes, —son taladores—, dice Fili mientras fija la mirada en el vehículo que se pierde en el horizonte.

La defensa del bosque de niebla de Zacacuautla parece no tener fin. Pese a los años y enormes esfuerzos de Fili y otros defensores del territorio para detener la tala clandestina, hombres armados depredan los árboles sin la intervención de la Policía Municipal de Acaxochitlán, del Ejército o la Guardia Nacional.

La lucha contra los taladores la ha colocado en un terreno peligroso, desde 2021 ingresó al Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, debido a que recibió amenazas de muerte de un cacique talador, una noche detonaron un arma de fuego afuera de su casa, en otra ocasión apedrearon el ventanal del comedor.

Crédito: Susana Jiménez

Desde entonces, el mecanismo colocó alrededor de la vivienda una reja verde coronada con alambre de púas, sobre la estructura de metal crece una enredadera frondosa donde los pájaros se posan a cantar en las mañanas, a veces escondite de Nina, Solín, Calimán y los otros gatos que viven ahí.

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Fili no sólo ha atraído la atención de taladores, frecuentemente recibe a periodistas, ecologistas, activistas, incluso la han visitado funcionarios de la ONU; es un referente en Hidalgo de la defensa del territorio, se formó como activista hace muchos años, sin que ella misma fuera consciente en lo que se convertiría: frente de batalla, hogar y tregua.

Crédito: Susana Jiménez

Filiberta Nevado Templos nació el 22 de agosto de 1956, en Zacacuautla, Acaxochitlán. Hija de Teófila Templos y de un hombre del que no le interesa hablar. Sentada en la sala de la su casa, rodeada de recuerdos materializados en máscaras, cuadros, figurillas, tazas, maíces, floreros, empieza el relato su vida, la historia de una feminista sin proponérselo.

Mujer en sí, mujer para sí

En la Escuela de Cultura Popular Revolucionaria Mártires del 68 escuchó por primera vez el término mujer en sí, una versión de empoderamiento femenino de la década de los 70, ahí también aprendió sobre marxismo, leninismo, materialismo, dialéctica, la Comuna de París, la escuela de Frankfurt, la revolución cubana e historia de México.

Crédito: Susana Jiménez

“Pensarme yo como un ser humano, como un ser social y asumirme como tal, con derechos y obligaciones, pero un ser social que existe y tenía que pensar de otra manera, como muy básico fui aprendiendo cosas y otras me costaron años para entenderlas”.

A la Mártires llegó por casualidad, una serie de decisiones la llevaron a ser de izquierda, representante sindical, líder comunitaria y defensora del bosque. Pasó de aprendiz de enfermera a hacer el trabajo de técnico radióloga en el Instituto Nacional de Cancerología, en la Ciudad de México.

Crédito: Susana Jiménez

Tenía 14 años cuando Jorge Martínez de la Parra llegó a Zacacuautla a hacer prácticas de medicina, era la primera vez que había un doctor en la localidad, como Fili sabía inyectar se volvió su aprendiz, luego, él la ayudó para instalarse en Tulancingo. En esa época como ahora, había poco en que emplearse en la sierra Otomí-Tepehua, la gente migraba a Estados Unidos o a ciudades cercanas.

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“Viví con su familia, también era médico el jefe de la casa, que se llama también Juan José Martínez, era socio de la mejor clínica de Tulancingo, se llamaba la Clínica Tulancingo, era lo mejor que había en ese momento de la medicina privada”.

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Con apenas la primaria terminada, Filiberta aprendió a realizar radiografías, el doctor José Luis Macías la instruyó, también le enseñó a escribir a maquina y tiempo después la ayudó a entrar al Instituto Nacional de Cancerología, en la Ciudad de México.

“Me dijo voy a tratar de conseguirte un trabajo, pero necesitas estar allá en la ciudad, le dije yo veo cómo le hago, entonces un buen día me fui, y trabajé de sirvienta, tenía 17 años, le di el teléfono de esa casa, le pedí permiso a la señora para que él me llamara. Yo tenía fe en él”.

Crédito: Susana Jiménez

En el 74 la suerte jugó a su favor, el Instituto de Cancerología necesitaba una mujer para hacer mastografias. En la cara de Fili se dibuja una sonrisa mientras el Pipirín, su perro guardián negro azabache, enorme, de hocico largo y querendón, ladra cerca de la puerta de la cocina, empieza a bajar la temperatura, una capa densa de niebla empieza a cubrir Zacacuautla.

Crédito: Susana Jiménez

“En ese tiempo no había muchas mujeres que estudiaran radiología, al menos no la habían conseguido, entonces el amigo del doctor Macías les vende la idea de que yo sé tomar radiografías y que no me tienen que pagar como técnico, porque no lo soy”.

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Mientras trabajaba en Cancerología, Fili se matriculó en una secundaria abierta donde conoció al padre de sus dos hijas, otro hombre del que habla poco, años después huyó de él cansada de los golpes, cuando se divorció su hija mayor estaba en el CCH Sur.

Para entonces, ya era un miembro activo de la Mártires del 68, había pegado carteles de forma clandestina, había apoyado a los estudiantes de la UNAM en la huelga del 99, había estrechado vínculos con Maruca, una de sus mejores amigas y quien la llevó a la Mártires por primera vez.

A Maruca la conoció en una reunión del CLETA (Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística) a la que llegó por casualidad o por destino. Una tarde de domingo, con sus hijas pequeñitas paseaba en la Casa del Lago cuando conoció al Llanero Solitito, Enrique Cisneros, un activista social que en aquel entonces hacia teatro político.

Crédito: Susana Jiménez

“Los domingos salía yo con mis hijas a un parque para no gastar, no teníamos dinero, pero siempre me salí con mis hijas los domingos, entonces un día fuimos a la Casa del Lago de Chapultepec y había una persona vestida de payaso haciendo teatro político, ahora sé que era teatro político, en ese momento no sabía yo, sólo vi que hacia un acto y que me gustaba y hacia bromas de los políticos”.

Al final del acto, convocó a los comensales a su aniversario como teatrero, las hijas de Fili la animaron a participar, llegó el día del evento, luego una reunión más, ahí habló con Enrique Cisneros, él la mandó a la Mártires del 68. Maruca se encargó de llevarla, años más tarde esa mujer extraña se volvería su mejor amiga, le daría refugió cuando huyó del hombre violento que era padre de sus hijas.

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“Ahí nos estuvimos quedando, nos teníamos que levantar a las 4:00 de la mañana porque para ese entonces mi hija ya estaba en el CCH Sur, veníamos desde Cabeza de Juárez, era larguísimo, nos levantábamos a las 4 de la mañana para podernos bañar y comer algo”.

Hogar, frente de batalla y tregua

El sol de la mañana disipa la neblina y el frío, entran rayos de luz por las ventanas del segundo piso de la casa de Fili, calienta las habitaciones, las escaleras, la estancia en la que reposan las máscaras del carnaval, la estancia con literas, donde una hoja en forma de pergamino tiene la frase: “Zacacuautla le da la bienvenida a la primera mujer delegada”, la acompaña el dibujo de un corazón del que emana un espiral de hojas verdes.

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Filiberta Nevado Templos ostentó el máximo cargo de autoridad de su localidad natal mientras enfrentaba a los talamontes, codo a codo con su hermana Martina y su madrina Benita Ibarra Canales, quien escribía consignas en forma de verso, que terminaron impresos en un libro.

Crédito: Susana Jiménez

La casa de Fili está hecha de ladrillos rojos, es de dos pisos, un edificio fuerte, cálido, acogedor, collages de su mamá Teófila, de Fili joven, el ventanal rodeado por la reja del mecanismo de protección, comedor amplio, florero con agapandos anaranjados que le lleva su hermana, olor a café, a huevos fritos, a chilaquiles, a frijoles refritos.

Crédito: Susana Jiménez

Merodean en el jardín gatitos de todos tamaños y colores: Nina, Solín, Calimán, el más fiel de los perros Pipirín, más tarde llegan el Cenobio y la Beyota, huele a fresco, el sol baña de luz las plantas que florecen en macetones, macetas y macetitas.

Crédito: Susana Jiménez

La casa es una extensión de Fili, tiene su esencia impresa en cada rincón, una parte la construyó con su salario en el Instituto Nacional de Cancerología, donde libró sus primeras batallas al ser parte de una planilla disidente, dentro de la sección 83 del Sindicato Nacional de Trabajadores de Salud.

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La planilla en la que Filiberta Nevado Templos militó durante su estancia en Cancerología estaba compuesta por dos hombres: Juan y Rubén Monroy y diez mujeres. Ahí aprendió a hacer gestiones, movilizar a trabajadores contra el outsourcing, a luchar por sus derechos laborales.

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En ese entonces, también libraba una batalla en casa, un esposo celoso de su notoriedad al frente de su sección sindical, que la llevó hasta la Secretaría del Escalafón, el tercer puesto más importante en la estructura del sindicato nacional.

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“Cosa nunca vista, que una mujer sin estudios, sin nada y de buenas a primeras me encuentro con un cargo que prácticamente, sí tenía idea, porque ya había estado con Juan tres años, sabía qué era el escalafón, sabía cómo se usaba, pero en una sección, no a nivel nacional”.

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Empezó a tener un trato cercano con Joel Ayala Almeida, entonces era diputado, presidente de la Confederación de Sindicato de Trabajadores al Servicio del Estado e integrante del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

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“Para entonces ya era coordinadora de la Mártires, entonces, viene la elección de la Federación de Sindicatos, yo no me enteré pero me dieron un puesto menor en la Secretaría de la Mujer. Se acercaba la reforma laboral, donde todo mundo perdió su jubilación… estuve haciendo activismo en contra de la reforma, pláticas informativas, pero muy pocas secciones se opusieron, entonces tramito mi jubilación, yo no quería estar en la Federación, yo no quería ser parte de eso, aunque estuviera en un puesto menor”.

Un 6 de enero hubo un evento en el Centro Médico, celebraban el Día de la Enfermera, Joel Ayala Almeida entonces era senador, le pidió encontrarse con él unos días después, le había comentado que tenía planes para Filiberta, la política mexicana había empezado a abrir espacios para las mujeres.

“Me dijo váyame a ver el jueves, tengo grandes planes para usted, usted se lo ha ganado. La casa todavía estaba a medias, pensé que con eso me alcanzaba a terminar la casa, pero dije, no, no. No fui, no lo volví a ver hasta hoy, ya nunca lo volví a ver”.

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Fili es tregua, opera la casa de cultura comunitaria La Semilla “Rä Hümuda”, un espacio pequeño y colorido para niños de Zacacuautla. Desde hace dos años retomaron el carnaval, con temática de la defensa del bosque. En diciembre empiezan los preparativos que culminan con la fiesta patronal, el 4 de febrero.

Crédito: Susana Jiménez

El empeño de Fili ahora está en la casa de cultura comunitaria, mientras la tala clandestina sigue asechando Zacacuautla y terrenos que se extienden por Acaxochitlán, a lo largo de la sierra Otomí-Tepehua. Ella no ha dejado de hacer denuncias, pero las autoridades cada vez responden menos a sus llamados, tras la pandemia de covid-19 dejaron de circular en la localidad las patrullas de la policía municipal, ni el Ejército o la Guardia Nacional.

Crédito: Susana Jiménez

El Ocotenco, la organización comunitaria que constituyeron Fili y otros vecinos de Zacacuautla persiste después de 17 años de lucha. Su trabajo ha sido ampliamente documentado por periodistas hidalguenses, de la Ciudad de México, en videos, fotografías, podcast, canciones. Al Ocotenco lo mantiene unido una caja de ahorros, con los que pretendían comprar las tierras donde está el manantial del que se abastece Zacacuautala, al final no se logró.

Crédito: Susana Jiménez

La pelea de El Ocotenco, fue y es en defensa de los árboles, por la preservación del manantial que se surte todo Zacacuautla, como dice Fili: “sin monte no hay agua, sin agua, no hay nada”.

sjl