SORORIDAD

“No importa pasar inclemencias”, mujeres acampan para visitar a familiares presos

Mujeres que duermen afuera del Cereso de Pachuca han generado una comunidad en la que encuentran resiliencia y fraternidad

“Dormir afuera es muy triste y pesado, pero esto se hace por el amor tan grande que le tiene uno al familiar".Créditos: Lorena Rosas
Escrito en HIDALGO el

Pachuca. – Con la madrugada, el frío se intensifica y acuchilla al grupo de mujeres tendidas en el piso, frente a la cárcel. Se protegen con chamarras y cobijas, muchas cobijas. Llegan casi 12 horas antes de que se permita la entrada de visitas al penal. Mientras esperan son hermanas, son amigas; se cuidan, se dan aliento, lloran y también ríen.

En la cárcel están sus familiares, algunos sentenciados, otros esperando su sentencia. Afuera están ellas. Antes de organizarse para entrar tenían que pagar por un lugar en la fila o pelearse con los y las “gandallas” que entraban sin formarse.

El Centro de Readaptación Social (Cereso) de Pachuca tiene una población de 1,836 hombres y 153 mujeres, los días de visitan son los martes, jueves, y domingos, de las 9:00 a las 15:00 horas. Los sábados hay visita conyugal.

Dos veces a la semana unas 35 mujeres duermen afuera del penal. Los domingos, el grupo llega a sumar hasta 80, por ser día de visita familiar. Algunas se desplazan de otros municipios de Hidalgo, así como del Estado de México, Ciudad de México, Tlaxcala, Querétaro e incluso, Guadalajara.

Esta noche, Yunuen, Katia, Paulina y Rosario se animan a platicar con la reportera de La Silla Rota, del por qué decidieron acampar y cómo se organizan para acabar con el desorden, pleitos y venta de lugares, en la fila de visitas.

“Quieres dejar el barco cuando casi se va a acabar todo”

Hace seis años Yunuen dejó Poza Rica, Veracruz, para seguir a su esposo a Pachuca, quien cumple una sentencia de siete años en el Centro de Reinserción Social de la capital hidalguense, que está a 190 kilómetros de la ciudad en la que ella nació y donde vive toda su familia.

Foto: Lorena Rosas

Su esposo fue sentenciado a siete años por asaltar a un taxista en Tizayuca. Para estar cerca de él, rentó una casa en la colonia Renacimiento localizada a 10 minutos del Cereso, ahí también se llevó a vivir a sus dos hijos de 8 y 13 años de edad.

Consiguió un trabajo con horario flexible que le permitiera visitar a su esposo los jueves y domingos. Los miércoles después de cocinar y limpiar la casa de una pareja de adultos mayores, Yunuen regresa a su hogar y se prepara para dormir afuera del penal.

Se viste con dos pantalones térmicos, dos sudaderas, una chamarra con gorro, bufanda y cubrebocas para no respirar el aire frío, camina de su casa al penal, ahí ve a Katia, Paulina y las otras mujeres que también duermen en la calle.

Foto: Lorena Rosas

Platica con ellas de lo que le ocurrió a lo largo de la semana, extiende dos cobijas y deja una para envolverse más tarde. Yolanda, otra de las mujeres que se queda afuera del Cereso, les pinta con un plumón indeleble el número que ocupan en la fila para asegurarse de que nadie les robará su lugar, una práctica común que ocurre al amanecer.

“Hay personas que llegan a las 6 o 7 de la mañana ya bien cambiaditas y bañaditas que se quieren meter adelante de las que nos quedamos a dormir (…) ha habido discusiones, hasta golpes por los lugares”, dijo Yunuen.

Foto: Lorena Rosas

Ella lleva seis años visitando a su esposo, pero desde 2022 se duerme afuera del penal para ser de las primeras en entrar porque después de que se eliminaron las medidas de restricción por la pandemia de covid-19, notó un aumento en el número de visitantes.

Yunuen recordó que la primera noche que se quedó ni siquiera cerró los ojos por miedo a ser atacada. Otro problema era el baño, las opciones eran caminar un kilómetro del bulevar hacia la gasolinera o ir a un pedacito de terreno situado frente al penal.

“Para ir al baño vamos a la gasolinera más cercana, aunque hubo un tiempo que yo creo que se aburrieron de nosotras y cuando llegábamos encontrábamos la puerta cerrada con un letrero que decía: ‘fuera de servicio’. Entonces unas se aguantaban y otras nos íbamos a donde hay un poco de baldío”. 

El miedo que sintió la primera noche se desvaneció con el paso del tiempo gracias al apoyo de las otras mujeres, que al amanecer le cuidan su lugar por unos minutos mientras que ella regresa rápido a su casa para bañarse, agarrar la comida que dejó preparada la noche anterior, al igual que papel higiénico, jabón, aceite, azúcar, jitomates, chiles, cebollas, ajos y las sopas que le lleva a su esposo.

Antes de las 8 de la mañana ya está nuevamente afuera del penal y la dinámica la repite cada jueves y domingo, pero el tiempo que invierte para entrar al Cereso, los gastos cotidianos y las críticas de sus padres por seguir a su esposo hasta la cárcel la han llevado a pensar en dejar de ir.  

“Yo espero en dios que ya salga mi esposo, la vida me cambió tanto que como que ya no quiero quedarme. Muchas me dicen: ‘te quieres salir del barco cuando ya casi se va a acabar todo’, pero ha sido muy difícil pagar yo sola la renta, agua, luz, comida, comprar ropa y zapatos, porque, aunque sean del tianguis, son gastos”.

Luego de estar con su esposo, Yunuen se va al trabajo, sus patrones le dan permiso de entrar tarde los jueves con la condición de que reponga por la noche las horas que no laboró mientras estaba en el penal.

“No sabe que dormimos afuera del penal

Rosario anhela ver a su hijo cruzar la puerta del Cereso para después viajar a la playa, es un pensamiento que le viene a la mente durante las madrugadas afuera de la penitenciaría, confesó sentada en la barda de concreto que separa al penal del bulevar Minero. Sus ojos color miel se tornaron cristalinos porque se puso a llorar.  

“Dormir afuera es muy triste y pesado, es doloroso quedarse en la calle, pero esto se hace por el amor tan grande que le tiene uno al familiar, a mí como madre no me importa pasar inclemencias del tiempo con tal de verlo”, dijo Rosa, de 55 años de edad.

A su hijo lo sentenciaron a seis años de prisión por robo, lleva cuatro en el Centro de Readaptación Social de Pachuca, mientras que ella tiene un año pernoctando afuera para ser de las primeras en entrar y pasar el mayor tiempo posible junto a él.

A Rosario la acompañan su esposo, nuera y sus tres nietos de 4, 6 y 12 años, a diferencia de Yunuen que duerme sola, ellos se quedan en familia sobre una lona que desenrollan en el piso.

Foto: Lorena Rosas

Compartió que su nuera es la primera en entrar al penal para la visita conyugal, que se termina a las 3 de la tarde del sábado. Al salir no se regresa a casa, sino que se espera afuera de la penitenciaría hasta que a las 8 o 9 de la noche llega Rosario junto con todos los demás para dormir.

Así comienza la espera hasta que el domingo por la mañana se abre la puerta y los seis familiares entran. Rosario dice que lo primero que hace es abrazar a su hijo, después desayunan, juegan futbol en la cancha y caminan por el Cereso, que resguarda a 2 mil 275 personas privadas de la libertad.

Foto: Lorena Rosas

A las 2:30 de la tarde abandonan la cárcel, se salen media hora antes de las 3 para entregar los pases de visita porque si se pasan del horario corren el riesgo de que no les permitan entrar la siguiente semana.

El hijo de Rosario no sabe que su mamá, papá, esposa, hija e hijos se quedan a dormir en la calle, ellos le mienten para no preocuparlo, le dicen que llegan solo un par de horas antes del acceso.

Foto: Lorena Rosas

“A mi hijo solo le hemos medio platicado cómo es antes de entrar porque sufre mucho. Él nos dice: ‘aunque sea vengan una hora, pero no se queden a dormir’. Pero nosotros nos venimos a formar y a quedarnos porque queremos entrar desde temprano para verlo y así aprovechar el tiempo, también para no abandonarlo”.

“¡Qué padre, ya las voy a ver!”

Paulina vive en Iztacalco, Ciudad de México, aborda el Metrobús, después el metro, luego el trolebús para llegar a la Central del Norte y tomar un autobús con dirección a Pachuca, al llegar a la capital hidalguense aborda una combi que la deja afuera del penal, donde su novio espera su sentencia desde hace cinco años.

Tarda de 8 a 10 horas viajando en el transporte público, la mitad de ida y la otra de regreso, gasta aproximadamente 300 pesos en pasajes para ver a su pareja acusada de homicidio en contra de dos personas que fallecieron en una riña.

Foto: Lorena Rosas

Cada miércoles es un reto para Paulina, a las 4 de la tarde se sale de la universidad en la que trabaja de afanadora para empezar su viaje, lleva una maleta cargada de leche, galletas y azúcar para su novio, también lleva ropa, un frasco de perfume y maquillaje para lucir linda el jueves por la mañana cuando entra al penal. La maleta va repleta y solo hay espacio para una pequeña cobija.

Paulina no puede cargar más que esa frazada, no lleva colchas, lonas o cobertores porque viaja más de 100 kilómetros, a diferencia de Yunuen y Rosario que viven en Pachuca y que se trasladan fácilmente para las visitas.

Foto: Lorena Rosas

Es miércoles, Paulina salió a las 4 de la tarde y llegó casi a las 9 de la noche afuera de la penitenciaría, dice que hoy tardó más de lo habitual y le duele la cabeza, está estresada y enojada por el tiempo que pasó de camión en camión, pero platicar con las otras mujeres que como ella duermen afuera de la cárcel aminoró su mal humor.

“Llegar a la peni es como una pijamada, cenamos, tomamos café, platicamos de cómo nos fue en la semana. Entre las pláticas nos apoyamos y se minimiza el estrés. Cuando yo vengo digo: ¡que padre que ya las voy a ver! Es pesado estar aquí, pero ayuda mucho la convivencia”. 

Poco antes de la medianoche, Paulina ya solo piensa en dormir y reponer energías porque se despertará entre las 5:30 y 6:00 de la mañana del jueves para levantar su cobija, limpiar el espacio donde durmió y esperar a que un custodio le ponga un sello en la muñeca: el turno con el que entrará.

Foto: Lorena Rosas

Cuando Paulina ya aseguró su lugar, aguarda a que den las 7 de la mañana y abran un baño público situado frente al penal, en la colonia Parque de Poblamiento, ahí le cobran seis pesos por usar los lavabos y en general las instalaciones donde se cambia el pijama, se lava los dientes y arregla su cabello.

“Ya que nos pusieron el sello algunas nos vamos a un baño, ahí nos arreglamos, casi casi nos bañamos, nos transformamos para entrar lo mejor que se pueda y con la mejor actitud a verlos. Yo traigo mi maleta para cambiarme, cargo otra muda de ropa, traigo todo: atomizador, toallas, de todo”.

A las 8 regresa a formarse a la fila y a las 9 abren la puerta, Paulina dice que al igual que Rosario entra corriendo porque a partir de que pisó el penal los minutos de la visita cuentan.

Después de desayunar con su novio, juntos recorren el Cereso para dejar o levantar pedidos de papel higiénico, ropa o algo de despensa, con ese ingreso Paulina complementa sus pasajes semanales. Su novio trabaja desde la cárcel pelando nuez.

A las 2:30 abandona la penitenciaría y comienza de nuevo el recorrido con rumbo a su casa, a Iztacalco llega entre 6 y 7 de la noche del jueves. Ella confía en que su novio recibirá una sentencia absolutoria.

Foto: Lorena Rosas

“Él me dice: te agradezco el esfuerzo y vamos a hacer planes, cuando salga me voy a ir contigo, vamos a trabajar, a recuperar todo el tiempo”.

“¡Vente para acá, tápate aquí, acomódate con nosotras!”

Desde hace año y medio Katia maneja por las noches desde Tlaxcala al Cereso de Pachuca para ver a su hermano y su pareja, ambos acusados de secuestro. Aún no los declaran culpables ni inocentes, pero mientras eso ocurre, ella dice que seguirá durmiendo afuera del penal junto a 35 mujeres que en promedio se quedan la noche previa a los días de visita.

“Nos han dicho de forma despectiva: ‘se quedan aquí por pendejas’. Pero no saben el valor, ni esfuerzo que tenemos que hacer para entrar a verlos. La mayoría de las que venimos y que pasamos esto, es por amor”.

Como Paulina, Katia también viaja de otro lugar del país hacia el Cereso, ella se traslada desde un poblado de Tlaxcala que se ubica entre los límites de Puebla y Veracruz, tarda tres horas cuando maneja por la autopista y cuatro horas por la carretera libre.

Al llegar se registra con Yolanda que es la encargada de enumerar a las otras mujeres para llevar un control interno sobre quién llegó primero y quién después, toma su lugar y se acuesta sobre una esponja que compró junto con cuatro mujeres más, pero no siempre fue así.

Foto: Lorena Rosas

Al principio Katia se quedaba afuera de la cárcel, pero en su automóvil, luego lo vendió porque los gastos de gasolina y mantenimiento del vehículo la sobrepasaron, pero nunca dejó de ir al Cereso, por un tiempo se trasladó en un autobús que tardaba seis horas de trayecto.

Cuando se quedó sin carro, dice que se sentaba sola en la barda perimetral del penal a esperar la mañana, pero las demás mujeres la ayudaron y le ofrecieron un espacio entre las cobijas que extienden en el suelo.  

“Cuando llegué y yo estaba sola siempre hubo fraternidad, todas me decían: vente para acá, tápate aquí, acomódate con nosotras. Conforme fue pasando el tiempo me fui adaptando, se me ha complicado menos y descanso más, entre la gente que nos quedamos se hace el calorcito humano y todo se hace menos pesado”.

Al amanecer, Yunuen se va a su casa a cambiar, para Paulina es más práctico ir a un baño público, pero Katia junto con cuatro, cinco o hasta seis mujeres más, se trasladan en carro a la colonia C. Doria, donde está la casa de una compañera que también duerme afuera del penal.

Foto: Lorena Rosas

En esa vivienda se bañan con agua caliente, usan la plancha para desarrugar su ropa y si les da tiempo beben té o café y se regresan al Cereso, a las 8 de la mañana ya deben estar nuevamente formadas. Katia dice que su compañera no les cobra los servicios, pero ellas en agradecimiento le dan una cuota voluntaria.

Son mujeres 7 de 10 visitantes a los Ceresos

Yunuen y Paulina, son quienes llevan más tiempo visitando a sus seres queridos en el penal, ninguna se quedaba a dormir. Hasta antes de la pandemia llegaban entre las 6 o 7 de la mañana a formarse y sin problemas alcanzaban los primeros lugares.

Después de que se reanudaron las visitas por la contingencia sanitaria la dinámica cambió porque las personas que dejaron de ver a sus familiares por un año con ocho meses, querían entrar y la fila comenzó a aumentar, actualmente el Cereso de Pachuca recibe mensualmente a 24 mil 872 visitantes, según cifras de la Subsecretaría de Reinserción Social. 

Foto: cortesía

Las dos se percataron que por más que se formaban temprano, eran de las últimas en pasar por los que se colaban en la fila y también de las personas que venden lugares, incluso a Katia le tocó, cuando recién llegó al Cereso y no conocía cómo funcionaba le vendieron un espacio por 150 pesos.

Con el tiempo surgió un problema porque los visitantes antes de entrar al penal se golpeaban o insultaban por defender su lugar, así es que la iniciativa de quedarse a dormir para evitar el robo de espacios comenzó en 2022 un Día del Padre, recordó Yolanda Zúñiga, quien visita a su esposo desde hace poco más de un año.

Foto: cortesía

De cariño le dicen Yola y junto con Sandra fueron las organizaron la pernocta afuera de la penitenciaría: Yunuen, Rosario, Katia, Paulina, Yola y Sandy, todas son parte de un grupo de 35 mujeres que duermen afuera del penal, también hay hombres, pero son los menos. En Pachuca y los 11 Ceresos restantes de Hidalgo, 7 de cada 10 visitantes son mujeres.

El grupo puede aumentar hasta 70 u 80 el domingo de visita familiar, algunas provienen de otros municipios de Hidalgo como Tizayuca o de otras partes del país como Estado de México, Ciudad de México, Tlaxcala, Querétaro e incluso, Guadalajara.

“Entre nosotras nos ponemos reglas, como no pasar a otras personas, ser ordenadas, no lucrar con el tiempo ni el dinero de las demás personas porque todas vamos al día y estamos en el mismo barco, venimos a ver a nuestros familiares. No apartamos y no vendemos lugares, así como vamos llegando nos acomodamos”.

Yola dice que la venta de lugares continúa, pero por parte de personas ajenas al grupo de apoyo, la diferencia es que ya no ofertan los primeros lugares. Un espacio puede costar 150 pesos o hay quienes venden 10 en 50 pesos cada uno, dijo.

Otra de las reglas de convivencia de las mujeres que pernoctan es barrer y recoger la basura de la zona donde se quedan, hace seis meses empezaron un proyecto para mejorar la organización de los visitantes.

Foto: cortesía

Se trata de un cinturón de seguridad en zigzag, hecho con tubulares y malla ciclónica para evitar que las personas se metan a la fila, mencionó Sandra a quien le dicen Sandy de cariño. Del grupo de apoyo, ella es de las que más tiempo lleva asistiendo a la penitenciaría, desde hace 7 años visita a su pareja, sentenciado a 25 años.

El proyecto lo financiaron las mujeres con ayuda de algunas donaciones de material por parte del director del penal, dijeron. La idea contempla un cinturón de seguridad para una fila de personas adultas mayores y con discapacidad; otra más para los visitantes restantes.

“A veces la gente no tiene el respeto y buscan cómo colarse, anteriormente las autoridades del penal daban una fichita, pues después empezaron a clonarla, luego comenzaron a poner un número y se lo modificaban, por ejemplo, si les ponían el 436 le borraban el 4 o el último dígito”.

El cinturón de seguridad ya funciona, en el acceso hay un policía que les coloca a los visitantes un sello, pero Sandy dice que al igual que sus compañeras todavía evalúan si continuarán o no quedándose porque dormir afuera del penal es la garantía que tienen para entrar primero y estar de 9 de la mañana a 3 de la tarde con sus familiares.

Foto: cortesía

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