El movimiento feminista continúa avanzando alrededor de todo el mundo y aunque esto no ha logrado frenar las olas de violencia hacia las mujeres, poco a poco comienzan a visibilizarse y cuestionarse, lo que promete un cambio estructural en donde el hombre deje de ser el estándar de la humanidad. Con el desarrollo actual que ha tenido el feminismo, también se ha cuestionado que existen muchas opresiones que atraviesan a las mujeres, por lo que han surgido distintas ramas en donde convergen las necesidades específicas de un grupo de mujeres.

Partiendo de que el feminismo no es uno sólo podemos visibilizar opresiones sistémicas que también tienen que ver con el color de piel o los contextos desde donde las mujeres luchan y gracias a esta interseccionalidad se ha cuestionado al mismo feminismo para así incluir todas las violencias que viven las mujeres; desde esta postura, distintas mujeres han reconocido su exclusión dentro de temas como el consumo de sustancias (entiéndase sustancias como cualquier droga ilegal) y las leyes para regularlas, es así como a falta de una perspectiva de género en esto se unieron dos luchas creando el feminismo psicoactivo.

A simple vista parece ser que no existe ninguna relación entre el consumo de sustancias y el feminismo, pero de acuerdo con el portal Luchadoras en su artículo Feminismo Psicoactivo. Trascender el prohibicionismo nos hará libres, es urgente reconocer y visibilizar que el prohibicionismo de sustancias ha afectado más gravemente a las poblaciones históricamente vulnerables como lo son las mujeres, personas jóvenes, campesinas y a las personas consumidoras, así mismo se ha cuestionado que estas políticas de prohibición de sustancias tienen un origen patriarcal.

Sustancias y feminismo, ¿por qué la prohibición también es patriarcal?

De acuerdo con el artículo #8M: las voces de la lucha feminista cannábica y antiprohibicionista publicado por Pie de Página, dentro del sueño sobre un “mundo libre de drogas”, las mujeres han sido convertidas en “carne de cañón”, “trofeos” y “botines de guerra” por lo que son violentadas, cosificadas y asesinadas como producto de esta realidad inalcanzable ya que como lo explica Diana R., quien es usuaria de sustancias y ha estudiado el fenómeno prohibicionista de las drogas, independientemente de si las sustancias están reguladas o no, la gente va a tener acceso a ellas  y consumirlas porque ya es algo que existe y que ha formado parte de la humanidad desde sus orígenes.

Según Luchadoras, la política de drogas ha obedecido a intereses internacionales y económicos globales y no al bienestar de los pueblos ya que la ilegalidad de ciertas sustancias psicoactivas no tiene sustento en argumentos de salud pública, aunque ese sea el argumento más recurrente de los gobiernos mundiales debido a que la política prohibicionista ha centrado sus recursos en estrategias de seguridad y militarización.

Con el pretexto de eliminar por completo cualquier sustancia se han creado también políticas armamentistas en donde las consecuencias han sido cientos de muertes, desapariciones forzadas, desplazamientos de comunidades enteras, aumento de encarcelamiento, disminución de empleo, aumento de precarización, entre otras. Por lo tanto, no se están atendiendo directamente los daños del consumo o distribución de dichas sustancias, sino que, quienes sufren esta prohibición son los grupos vulnerables, como las mujeres.

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Así mismo, el consumo es un terreno dominado por hombres, por lo que las vivencias de las mujeres consumidoras, en esos contextos, son descartadas de inmediato, sumando a ello que en las familias y círculos cercanos son sometidas a distintas prácticas de exclusión social.

Distintas organizaciones como ReverdeSer Colectivo, Échele Cabeza o Energy Control, han buscado visibilizar el daño que causa la prohibición de sustancias hacia las personas que forman parte de los eslabones más débiles de la cadena de producción y distribución, como son las personas campesinas, las personas que transportan las sustancias, las y los micromenudistas, entre otros.

El caso de las llamadas “mulas”, mujeres que trasladan sustancias psicoactivas, y que en muchas ocasiones son detenidas, procesadas y encarceladas por narcotráfico, es el eslabón visible de toda una cadena. En varias ocasiones, estas mujeres pertenecen a zonas rurales, jefas de familia sin apoyo, mujeres que no tuvieron acceso a la educación son las que terminan formando parte de las filas del narcotráfico, pero por una necesidad, comenta Diana R.

De acuerdo con cifras de la organización Equis Justicia para las Mujeres, entre 2016 y 2018 se vio un incremento en el fuero común del 103% de mujeres privadas por delitos contra de la salud, y sigue siendo el delito con mayor población penitenciaria, representando el 43%.

Al ver los censos, la respuesta fue que la mayoría de las mujeres tenían características similares: fueron privadas de libertad por posesión para uso de comercio, esto quiere decir que poseían un poco más de la cantidad que se permite y creen que es con fines de comercio. Adicionalmente, la mayoría son mujeres en situación de vulnerabilidad o que son incriminadas en algún delito, afirma Equis Justicia.

Reducción de riesgos y daños: creando narrativas no estigmatizantes

Como menciona Diana, eliminar por completo todas las sustancias es imposible y sólo trae consigo violencia dirigida hacia grupos vulnerables como lo son las mujeres, es por ello que organizaciones como ReverdeSer Colectivo se han dado a la tarea de crear nuevas narrativas en donde se eliminen los estigmas negativos que existen en torno al consumo de sustancias. A lo largo de Latinoamérica distintos colectivos han unido fuerzas para hablar sobre sustancias desde una mirada diferente, es así como se ha propuesto el modelo de reducción de riesgos y daños (RRYD).

Este modelo fue creado por personas consumidoras de sustancias en la década de los 80 y está basado en la premisa de que el consumo de sustancias existía y seguirá existiendo, es así como dentro de esta práctica se da prioridad al acceso a la información, así como a la disminución de las prácticas de riesgo en el consumo de sustancias psicoactivas, el reconocimiento de los beneficios de las sustancias y el derecho a decidir de manera individual si quieres consumir cualquier sustancia o no.

Según información de Luchadoras, la entrega de kits para consumo personal (agujas limpias) y la información sobre el uso de inyectables fueron las primeras prácticas de cuidado que se dieron a conocer. Sin embargo, con el paso de los años, la mirada de las y los activistas no sólo se centró en las sustancias, sino que incorporó el análisis de contexto para entender las consecuencias del régimen prohibicionista.

Dichos esfuerzos se dan en respuesta a los discursos oficialistas y las políticas internacionales orientadas a crear una “sociedad libre de drogas” ya que, bajo este modelo, las drogas han sido clasificadas con base en argumentos morales y perpetuado la militarización de la seguridad pública, afirma el portal.

De acuerdo con Andrés E. Hirsch Soler, Coordinador del Área de Educación en ReverdeSer Colectivo, el modelo de reducción de riesgos y daños es no hablar de las sustancias psicoactivas en abstracto que y en lugar de replicar discursos de prohibición se propone hablar de las sustancias y los efectos que tienen cuando son consumidas, es así como se da lugar al diálogo en el cual las personas pueden exponer sus dudas, adaptando el discurso de acuerdo al contexto.

Creemos que desde esta perspectiva de reducción de riesgos y daños lo principal es poder romper el tabú prohibicionista que lo único que pone sobre la mesa son respuestas como ‘di no’, pero realmente no existe un diálogo, afirma Andrés E. Hirsch Soler en entrevista para La Cadera de Eva.

Y es que el modelo de reducción de riesgos y daños busca justamente hablar de las sustancias psicoactivas, pero no sólo de aquellas que actualmente son ilegales, sino de todo el espectro de plantas y sustancias que están en los hogares, aquellas que se encuentran presentes en conversaciones o publicidad, incluso de las que son prescritas por médicos para personas menores de edad y forman parte de la vida cotidiana.

Según afirma Andrés, desde todos los países en donde se da este debate se habla de que es necesaria la creación de estrategias políticas, públicas y miradas personales y políticas en torno la llamada “guerra contra las drogas” y cómo se han construido narrativas estigmatizantes sobre ello, para hacerle frente a estas narrativas se necesita esta apertura al diálogo y a la información rigurosa para así eliminar los prejuicios morales y con base en la información poder construir estrategias que respondan a las necesidades de las personas usuarias de sustancias psicoactivas.

Otra forma de resistir: mujeres consumidoras y gestión de placeres

El uso de sustancias no debe ser tomado a la ligera ya que se deben tener en cuenta diversos factores que pueden afectar el entorno donde se consume y tener una repercusión en el organismo de quien consume. De acuerdo con recomendaciones de ReverdeSer Colectivo, antes de decidir usar una sustancia vale la pena reflexionar sobre el contexto en el que se consumirá y si es adecuado hacerlo o no, por contexto se refieren a elegir un lugar, compañía y estado mental o emocional adecuado para la sustancia que se pretende usar.

Todo esto entra dentro del espectro de la reducción de riesgos y daños que se ha propuesto, pero para cambiar las narrativas que existen en torno al consumo de sustancias, también es necesario reconocer que al usar cualquier tipo de sustancia se experimenta un estado placentero, por lo que el reconocerlo ayuda también a entender que las sustancias son parte de la vida.

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El reconocer y visibilizar que las sustancias son capaces de crear estados placenteros es también una forma de resistir ante el prohibicionismo que se ha difundido y, para las mujeres, esto también representa trasgredir los mandatos patriarcales, uniendo así la lucha por el antiprohibicionismo y el feminismo.

El consumo de sustancias es una cuestión que ha sido asociada tradicionalmente al género masculino porque, aun cuando el consumo de sustancias es una conducta transgresora y mayoritariamente reprobada por la sociedad, al ser un comportamiento de riesgo se identifica más acorde con la imagen masculina, la cual, desde el sistema patriarcal, es alguien valiente, arriesgado o intrépido.

Diana R. afirma que las mujeres, al vivir dentro de un sistema patriarcal, capitalista y colonialista, son socializadas con ciertos estereotipos y formas de actuar, específicamente aquellas que tienen que ver con el cuidado colectivo, pero también tienen que ver con ser una ‘mujer buena, santa, correcta, bonita y bien portada’. Estas formas de socialización les exigen comportarse de cierta manera y aquellas mujeres que se salen de dichas líneas de comportamiento son tachadas, violentadas y excluidas socialmente como es el caso, por ejemplo, de las mujeres usuarias de sustancias que sufren una serie de violencias que terminan en una reproducción de prejuicios.

Para hacer frente a estas narrativas estigmatizantes, las mujeres consumidoras han abierto espacios dentro del feminismo para hablar sobre la urgencia de crear legislaciones en torno a las sustancias con perspectiva de género y, si bien la lucha antiprohibicionista implica también la vida de hombres, se sabe que el patriarcado continúa beneficiándolos y dentro de los espacios de consumo mixtos existen agresiones en contra de las mujeres, por ello es importante que las regulaciones y leyes se aborden desde una perspectiva de género y feminista.

El decidir consumir cualquier tipo de sustancia también es un derecho corporal por el que las feministas antiprohibicionistas luchan, colectivas como Mujeres Forjando Porros Forjando Luchas afirman que el derecho de decidir sobre sus cuerpas no se limita a la interrupción del embarazo, sino que también debe extenderse a otros ámbitos que continúan estigmatizados. Es por ello que la lucha feminista debe ser también antiprohibicionista, o no será.