“Fue difícil al principio, pero uno se acostumbra a todo, aunque no debería. Uno se acostumbra a los malos tratos, a las discriminaciones, a las negaciones de servicios, al hambre…”. Así comienza uno de los testimonios recogidos por el Instituto Electoral de la Ciudad de México en su publicación sobre personas en situación de calle de 2019. Desafortunadamente, las vivencias de discriminación y maltrato son comunes y sistemáticas para quienes carecen de un hogar. Parece que entre menos se tiene, más puertas se cierran.

En sus crónicas sobre una difícil vida callejera en los años veinte, George Orwell relata cómo cada día que pasaba sin empleo se añadía un obstáculo más para obtenerlo: había empeñado casi toda su ropa, las posibilidades de lavar la que aún tenía disminuían conforme consumía sus pocos ahorros, la capacidad de mantener un aspecto aliñado también se entorpecía, pues todo cuesta, sea con un techo o sin él.

El novelista retrata además a una variedad de personajes únicos e interesantísimos, con los que se encontró mientras experimentó la pobreza extrema en las calles de París. Se trata de un relato que inspira una fuerte empatía, y lo traigo a colación porque la empatía es la pieza fundamental para comprender lo que conmemoramos hoy.

Hace 18 años ocurrió la Masacre de Sé. Entre el 19 y el 22 de agosto de 2004 se cometieron varios ataques nocturnos a personas en situación de calle en Sao Paulo. A raíz de fuertes y brutales golpes en la cabeza murieron al menos ocho personas y siete resultaron gravemente heridas. La denuncia social de estos hechos produjo, años después, la oficialización del Día de la Lucha por los Derechos de las Personas en Situación de Calle en Brasil. Actualmente, miembros de la sociedad civil y personas en situación de calle organizadas (Red Enlacalle) están promoviendo esta fecha en toda Latinoamérica, a fin de crear una sinergia regional para visibilizar las demandas de esta población.

¿Cómo sumar esfuerzos? Me parece que lo primero es promover una mirada comprensiva y solidaria entre los miembros de la sociedad. Para ello, hoy quiero hablar sobre Ética del Cuidado.

Ética del cuidado y personas en situación de calle

Al hablar de Ética del Cuidado nos referimos a una propuesta teórica que establece ciertas actitudes fundamentales para el juicio y el actuar moral: la identificación y eliminación de prejuicios erróneos, la escucha activa, la atención al contexto y las particularidades individuales, así como la concesión de protagonismo a los sujetos de cuidado en la determinación de sus necesidades y objetivos.

Así, la Ética del Cuidado promueve un trato personalizado, enriquecido por un ejercicio empático que permita ir más allá de un superficial ‘respeto’ a la forma de vida ‘del otro’, para emprender una comprensión profunda de los factores involucrados en una situación de marginación y pobreza.

En el caso que nos ocupa, debemos reconocer que la transición hacia la vida en calle se da en un entramado de circunstancias muy concretas, generalmente como resultado de historias de vida muy dolorosas. El rechazo social y la discriminación hacia quien no se ajusta a ciertas normas suelen ser factores de peso en el proceso de expulsión hacia las calles, y una vez ahí, el rechazo solo aumenta.

Al esforzarnos por alcanzar el plano de lo contextual, caeremos en cuenta de que la respuesta a la problemática nos involucra a todos, empezando por un cambio de mirada: sustituir un impulsivo rechazo por una disposición de escucha y acompañamiento. Esto como fruto de una perspectiva que emana de la empatía, mediante la que reconocemos en los demás el valor de toda vida humana.

Bajo esta visión, la respuesta brindada a poblaciones socialmente excluidas no debe tener por propósito último una ‘readaptación social’; es decir, una especie de rehabilitación para que los individuos se amolden a las formas sociales convencionales. Lo que la ética del cuidado inspira es que tomemos con seriedad los deseos y objetivos de los sujetos de cuidado. Y tomarlos con seriedad no implica tener por válida cualquier aseveración (como se haría desde una perspectiva individualista), sino emprender un serio esfuerzo por comprender.

Así, una política integral de atención a personas en situación de calle habría de incluir campañas de concientización dirigidas a la población, con el fin de combatir la estigmatización y favorecer un trato digno (libre de discriminación) que fomente la inclusión social.

Quisiera concluir este breve apunte recuperando la voz de quien ha experimentado la vida sin hogar. El siguiente es un poema escrito por María Rubí, una de las integrantes del colectivo Ni Todo Está Perdido, en el marco del Segundo Encuentro Latinoamericano de Sociedad Civil y Personas en Situación de Calle:

Cada día grito mi rebeldía, mi disconformidad y mi necesidad de crear vínculos. Que cuando entre todes generemos un solo grito este grito sea Libertad, Justicia, Igualdad, Oportunidades.

Sueño con vidas plenas, con vidas dignas, con personas sintiéndose tales. Sueño que me abrazan y no me expulsan. Que todo se intenta conmigo y nada se logra sin mí.

Me dicen en el camino por donde voy, que lo que hablo, que lo que grito, que lo que sueño es posible. Que mis derechos no han desaparecido, que existen y debo reclamarlos.

Mientras aparezca conciencia y se establezca la lucha, Ni Todo está Perdido aún como para repensarnos, abrazarnos y desparramar amor, pues solo debemos darnos cuenta de la abundancia que hay a nuestro alrededor.

*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten.

MARÍA CRISTINA PÉREZ VENEGAS

Licenciada en derecho y maestra en teoría política. Ha trabajado como investigadora en materia de política social en el Gobierno de Jalisco y en el de la Ciudad de México. Actualmente realiza estudios de doctorado en Filosofía del Derecho en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y es integrante del seminario sobre sociología política de los cuidados del Instituto Mora.

Twitter: @cristinaperezve