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Poza Rica a su suerte: sin apoyo, damnificados rescatan a los suyos entre lodo y penumbra

Sin apoyo de autoridades, los habitantes de Poza Rica enfrentan la devastación por inundaciones: rescatan a sus vecinos, reparten víveres y buscan a sus desaparecidos entre el lodo y la oscuridad; la ayuda llega poco a poco con un saldo de 29 muertos

Poza Rica es uno de los municipios con mayores afectaciones.
Miles de personas fueron daminificadas por las inundaciones en Veracruz.Poza Rica es uno de los municipios con mayores afectaciones.Créditos: FÉLIX MÁRQUEZ
Escrito en VERACRUZ el

POZA RICA, VER.- “Vayan tranquilas”, le dice Aarón a su familia desde el techo de su casa. El agua ha descendido en el fraccionamiento Las Gaviotas y toda persona que puede caminar por su cuenta debe salir de este lugar devastado. “¡Regresamos mañana, papá!”, le promete Iyali al hombre de 80 años. Él y otros adultos mayores están atrapados en esta zona baja de Poza Rica, municipio que suma 29 personas muertas y decenas desaparecidas a causa de las inundaciones

Aaron es el peluquero del andador Pavorreales, en una hilera de casitas de interés social. En la planta baja de su vivienda, en el número 19, atendía a jóvenes y adultos. Hoy, su banco giratorio, el refrigerador, la estufa y el comedor quedaron bajo el agua y lodo. En el segundo piso Aarón dormía con su esposa Rocío, de 61 años; con sus dos hijas y tres nietos; la menor tiene apenas nueve meses. Perdieron casi todo pero siguen juntos. Por eso él les pide que se vayan a casa de su cuñado, Primitivo Escobar, quien les ha dicho por teléfono que donde caben cuatro cabrán 10. 

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Iyali Cervantes, hija de Aarón, recuerda la mañana del pasado viernes 10 de octubre, cuando se desbordó el río Cazones que corre a espaldas de su casa. A las 6 de la mañana comenzaron a sonar las sirenas de Protección Civil; les advirtieron que debían desalojar de inmediato. Muy tarde ya, opina la mujer de 35 años, pues en 45 minutos el nivel del agua en Las Gaviotas rebasó los dos metros de altura y derrumbó una barda que construyeron entre todos los vecinos del andador. 

“En cuestión de 45 minutos se llenó hasta arriba de agua y cubrió toda la primera planta de la casa”, dice Iyali mientras se quita pedacitos de lodo que se resecaron en su cara. El momento más angustiante lo registró a las 10 horas del viernes: gritos de personas arrastradas por la corriente; martillazos de vecinos rompiendo ventanales para refugiarse en las azoteas “y los ruidos de perros y gatos quejándose”, recuerda. 

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Por temor a saqueos se quedan en sus casas

La familia Cervantes, como muchas otras del fraccionamiento, decidieron quedarse en sus hogares a pesar del riesgo inminente. La razón fue la misma que en las inundaciones de 1999 y 2006: el temor a que personas desconocidas “y hasta  policías” robaran las pertenencias que no se echaron a perder con el agua.

Vecinos usan sus medios para realizar la búsqueda de sus familiares desaparecidos durante las inundaciones. (Miguel León)

Los seis integrantes de esta familia cumplen casi 36 horas atrapadas en el segundo piso de su casa. Son las siete de la noche del sábado 11 de octubre. La esposa de Aarón prendió un fogón con leña en la azotea y allí hirvió un pollo; también preparó sandwiches y picó unos plátanos con manzanas para sus nietos. Racionan todo: los alimentos, el agua y hasta la batería de sus celulares para seguir en contacto con su demás familia, porque tampoco no hay energía eléctrica.

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Hay desesperación y enojo en el fraccionamiento Las Gaviotas; se percibe como el aroma a lodo con sangre que se impregna en la ropa. Porque no hay soldados buscando a sus desaparecidos en el lodo, entre los escombros o en el mismo río Cazones; tampoco hay médicos ni funcionarios que censen su desgracia. Pero ante este abandono la solidaridad se manifiesta. El dueño de una tienda de abarrotes, por ejemplo, grita a sus vecinos que los productos que rescató ahora son de todos: jabones, toallas sanitarias, pañales; pomos con papilla Gerber para los bebés.

Familias pasan la noche bajo el agua por las inundaciones en Poza Rica (Félix Márquez)

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Poza Rica se levanta solo: rescatan a afectados y buscan a sus muertos

Una frase caló en el orgullo de las y los pozarricenses y provino de su alcalde, el morenista Fernando Remes Garza. En una entrevista que ofreció desde el interior de su camioneta roja modelo GMC Acadia responsabilizó a sus habitantes de tapar las alcantarillas con basura. “A parte de la inundación seguimos tirando la basura indebidamente. Un dicho en un pueblo que conozco de Veracruz dice que aquí nadie recoge la basura porque nadie la tira”. 

El enojo por esa aseveración —paradójicamente— llevó a ciudadanas y ciudadanos a organizarse. Y esa unión se puede atestiguar a lo largo de casi un kilómetro, desde el bulevar Adolfo Ruiz Cortines hasta Las Gaviotas. Camionetas cargadas con ropa, agua embotellada y alimentos enlatados se estacionan por la calle y auxilian a personas que caminan hacia lo más seco de la ciudad, en su parte alta.

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Entre los voluntarios está don Jesús, dueño de un puesto de tacos de cabeza que le dijo a sus dos hijas que lo poco que tienen había que compartirlo con la gente que ahora lo necesita. Metió su triciclo hasta una esquina donde no se hunde y allí reparte cerca de mil tacos y unos 20 litros de agua de jamaica.

“En su momento nosotros también hemos pasado por malas situaciones y Dios se ha manifestado por medio de otras personas. No somos de dinero pero tenemos la oportunidad de ayudar”, dice el hombre con su camisa de tirantes color azul, y un tatuaje en el hombro izquierdo. 

Y es que hay escasez de alimentos y servicios en todo Poza Rica y, a la par, personas que sacan ventaja de ello; un garrafón se vende hasta en 125 pesos, el kilo de huevo está en 200 y el taxi colectivo pasó de 12 a 20 pesos.

A unas cuatro cuadras de la casa de la familia Cervantes camina sonriente el señor Camerino Mendoza, quien lleva cargando un guajolote. Los vecinos le dijeron que andaba corriendo en un patio cercano y él salió rápido a agarrarlo. “¿Es su mascota?”, le pregunta un reportero. Él le revira con una sonrisa: “¡No!, es para comer”. 

Así las horas pasan hasta que la noche se pone negra como el lodo. Al andador Pavorreales llega la noticia de que un grupo de voluntarios viene rescatando personas y entregando víveres a las familias atrapadas en los segundos pisos. Son unas 5 camionetas repartidas por todo el fraccionamiento, la mayoría ellos cristianos que piden el anonimato porque aseguran que no lo hacen para ganar reflectores. 

Grupos de la sociedad civil apoyan a familias damnificadas por inundaciones en Poza Rica. (FÉLIX MÁRQUEZ)

—“¿Hay alguien ahí?, ¿necesitan comida, medicinas?, grita desde la batea una mujer de cabello rizado y lentes que lleva el mando del grupo. Aunque ya están en las partes más inundadas del fraccionamiento, la ayuda está todavía más al fondo. No se oyen los gritos de auxilio pero se aprecian luces de lámparas a lo lejos. 

—“¡Por allá!, “¡por allá!”, grita otro voluntario hasta dar con la casa que pide auxilio. 

—“Carnal, ¿una tortita?, traigo papel de baño, ¿veladoras?”, preguntan a una pareja atrapada en una casa color pistache. 

—“Unas cuatro veladoras, porque no hay luz, y agua”, respondió una mujer, adulta mayor, desde su balcón. El joven a su lado lanza una cubeta con una cuerda por donde le regresan los insumos que necesitan.

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De repente la mujer al mando de los voluntarios grita que al fondo de la calle viene una familia y que traen a una bebé de brazos. Esto provoca que todos los tripulantes en la batea desciendan y se abran paso entre el agua con lodo que les llega a la cintura. Son ellas: las integrantes de la familia Cervantes: Iyali, su madre Rocío, su hija de 15 años, su sobrino de 8 y su sobrina de 9 meses; también están Primitivo Escobar y su esposa, quienes ya les tienen listo un espacio en su casa. 

A todas los suben a la batea y les dan la bienvenida. Les ofrecen tortas de huevo con jamón y agua de jamaica. Todos están menos el señor Aarón Cervantes, el más grande de la familia, al que más le cuesta caminar, pero que defenderá las pocas pertenencias que le quedan. “Vayan tranquilas”, les dijo sereno desde la azotea donde su esposa prendió el fogón.

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