VERACRUZ, VER.- Desde hace 9 años y medio, la Navidad no es igual para Elizabeth Montalvo Fomperosa, una mujer de la tercera edad que necesita un bastón para andar. En una cena donde la familia está unida, donde hay flores de Nochebuena y regalos, a Elizabeth le hace falta la persona que más adora: su hijo.
Cuando ve llegar a sus hermanos con sus familias completas, explica, ella debe dibujar una sonrisa falsa en su rostro, donde esconde su dolor, para no entristecer a los demás y “amargar” las fiestas navideñas.
La razón de su dolor es la desaparición de su hijo Julio César Martínez Montalvo en el 2015. Un hombre que hoy tendría 39 años, una esposa y un hijo de 15, desapareció la noche del 24 de julio en el municipio de Alvarado, Veracruz.
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Desde entonces, Elizabeth no hace otra cosa más que buscarlo. Tristemente, explica, son al menos 40 familias las que se unieron este 2024 al Colectivo Solecito de Veracruz –al cual pertenece– en busca de esposos, esposas, hermanos, hermanas, hijos e hijas.
En el estado de Veracruz, según estadísticas del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), desde el 1 de enero al 23 de diciembre de 2024, se desconoce el paradero de 285 personas, quienes fueron vistas por última vez este año.
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De acuerdo con la RNPDNO, en Veracruz hay 7 mil 416 reportes de búsqueda activos, posicionándolo como el cuarto estado de México con mayor número de personas que continúan desaparecidas y no localizadas; lo que, a su vez, significa que más de 7 mil familias veracruzanas celebrarán Navidad sin alguno de sus integrantes.
Un recuerdo que siempre duele
Como cada año desde el 2018, las integrantes del Colectivo Solecito colocan su Árbol del Dolor en el Zócalo de la ciudad de Veracruz. En este, las esferas tienen el rostro de algunos de los desaparecidos que buscan las casi 300 integrantes.
Su significado, explica Elizabeth, nace del recordar a sus desaparecidos en conmemoración del 24 de diciembre, una noche en donde las familias se reúnen para cenar y celebrar.
“Desde entonces se han sumado más familias al colectivo, desafortunadamente. Digo desafortunadamente porque quisiéramos que fuésemos cada día menos, y lamentablemente cada día somos más. O sea, hay casos muy recientes, hay casos que tienen meses, y pues da tristeza que sigan pasando las desapariciones de nuestros hijos, de muchachas, de jóvenes, de hombres trabajadores”.
De acuerdo con cifras del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, en el 2024 el rango de edad con mayor número de desaparecidos es de 30 a 34 años, con 29 hombres y 14 mujeres; la edad que tenía Julio cuando desapareció en el 2015.
De ahí, le siguen las edades de 20 a 24 años, con 22 hombres y 17 mujeres desaparecidas. Finalmente, el rango de 25 a 29 años es la edad que acumula mayor número de mujeres desaparecidas, con un total de 19.
Aunque a Elizabeth le alegra el corazón cuando mujeres del colectivo le cuentan que conocieron a su hijo, y que este las apoyó económicamente en algún momento de vulnerabilidad, también le duele hablar de él.
Julio César Martínez Montalvo, quien desapareció la noche del 25 de julio mientras se dirigía hacia Alvarado junto a otras tres personas –quienes también desaparecieron-, es recordado por sus familiares como un hombre alegre, carismático y acomedido.
Durante las noches del 24 y 31 de diciembre, Elizabeth explica que los tíos y primos de Julio lo recuerdan entre bromas y risas. “Si Julio estuviera aquí, a ninguno nos faltaría una cerveza en la mano”, “si Julio estuviera aquí, ya habría ido por los hielos”, es lo que se dicen unos a otros.
Elizabeth recuerda a Julio como un hombre “muy cariñoso, demasiado encimoso, muy amoroso de su hijo”, a quien considera como “su adoración”. Julio, quien tiene los ojos cafés oscuro, la piel morena clara y el cabello negro, ondulado y que tiene calvicie en la parte frontal, posee un vínculo particular con su madre Elizabeth, una mujer de 65 años.
“Siempre con mucha comunicación conmigo, ¿dónde pudiera ir que yo no supiera? No se reportaba siempre con su esposa, pero conmigo siempre se reportaba”, explica entre lágrimas.
“Yo soy la Uber de mi nieto, lo busco y lo llevo a todos lados desde hace 9 años, y lo hago con gusto porque yo sé que mi hijo donde quiera que esté, sabe que a su hijo lo sigo apoyando, lo voy a apoyar y lo apoyaré”.
Diciembre: un mes difícil para los familiares de personas desaparecidas
Con el cabello corto y canoso por la edad, Elizabeth explica que estas fechas decembrinas representan tristeza y dolor para ella y el resto de sus compañeras, quienes evitan asistir a sus terapias psicológicas hasta el mes de febrero.
“Sinceramente evitamos las terapias psicológicas en estas fechas, porque no puedes ni hablar. O sea, es puro llorar y llorar (...) nos dan como unas pautas, como unos consejos para poder convivir, pero es difícil que las sigas”.
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“Nos dicen ‘saquen todo lo que llevan dentro, no tengan miedo a llorar, expresen sus emociones’, pero mentira. ¿Cómo lo haces si hay más (personas)? Por ejemplo, en mi caso, ¿cómo le hago? Si tengo a mis dos nietos, uno de 10 y el de 15 años o con mis hermanos que están sus cinco sus sobrinos, o con mi mamá, mis tíos, o sea, no. Es una fiesta familiar en donde tú no te puedes poner a llorar, nada más dibujas una sonrisa y adelante”.
Para ella, la peor parte de las fiestas decembrinas son los abrazos. “Es muy triste. Por ejemplo, pues todos llegan con sus hijos, con su familia completa y a ti te falta alguien, pero ¿cómo lo externas? Qué difícil es cuando llegan y te dan el abrazo, el ‘¡Feliz año!’”.
“Tú en ese momento quisieras desaparecer o quisieras estar hasta antes que toquen esas demostraciones efusivas de abrazo y de felicidad porque tú no la tienes, la finges, pero no la tienes. Te falta algo. Te falta alguien. Te falta un amor muy importante o el amor más importante, que es el de un hijo”.
Pese a la tristeza que la envuelve a diario y en cada momento de soledad, Elizabeth explica que la fuerza para buscar y encontrar a su hijo la encuentra en sus compañeras y en su nieto, quien le da mucha alegría y vida.
“Aquí seguimos, con la esperanza de encontrarlo, y encontrarlo como Dios quiera, pero encontrarlo (...) Te arreglas la cara, sonríes y adelante, hay que seguirle porque tu hijo en algún lado está esperando que lo encuentres o que vayas por él”.
mb