Por tres días, Osito luchó por su vida. Beatriz Flores lo había encontrado arrastrándose sobre el asfalto de la carretera Tláhuac–Chalco, con las patas traseras destrozadas. Lo subió a su coche, lo llevó a un veterinario y pidió ayuda en Facebook. Las fotos del perrito se compartieron decenas de veces. Llegaron croquetas, donaciones, mensajes. Pero Osito no resistió.
“Creo que sólo estaba esperando que alguien lo atendiera para no morir solo en la calle”, recuerda Beatriz. En su nombre nació “Unidos por Osito“, una organización civil que desde 2022 ha rescatado a más de 300 animales y esterilizado a miles de perros y gatos.
Hoy, Beatriz, junto con Miri Blancas, Carmen y Clara, mantiene casas adaptadas como refugios en el oriente del Valle de México, donde actualmente viven 58 perros rescatados.
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Las viviendas, llenas de cobijas, camas y platos metálicos, son el último refugio de animales atropellados, enfermos o abandonados. En un municipio donde las campañas públicas son escasas, estas mujeres operan con la lógica de un servicio que debería ser estatal: rescatar, curar, esterilizar y buscar adopciones responsables.
Casas-refugio en medio del abandono
Chalco, Valle de Chalco, Ixtapaluca, Ecatepec e Iztapalapa concentran buena parte del problema del abandono animal en el país. En calles y baldíos, los perros callejeros forman manadas, se reproducen sin control y sobreviven de los restos de los tianguis o del alimentos que les ofrecen algunas personas.
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“Son municipios con un alto índice de maltrato y abandono”, explica Beatriz a La Silla Rota. “Por eso decidimos adaptarnos. No tenemos un gran refugio, son casas donde dormimos nosotras, pero también duermen ellos”.
En una de esas viviendas, una perrita llamada Cuca corre bajo el sol, con la ayuda de un pequeño carrito azul, Perdió ambas patas traseras después de ser atropellada. “Tuvo fractura de columna y comenzó a lastimarse las patas, así que hubo que amputarlas”, cuenta Blanca mientras la acaricia. “Pero ella es feliz. Anda con su carrito y sale a pasear todos los días”.
Junto a Cuca vive Pepe, un perro viejo de pelaje canoso y chaleco azul con huellitas que llegó hace apenas cinco días. Se arrastraba cuando lo rescataron. También están Popis, Frijolita, Chilindrina, Mateo, Lucas, Tomy, Yaqui, Chispa, Kika y Capulina.
Todos están esterilizados y vacunados. A varios los llevaron al veterinario para cirugías o quimioterapias. “Yaqui tuvo un tumor en la cara, se le dieron siete quimios y es sobreviviente de cáncer”, recuerda Bety.
Las rescatistas se sostienen gracias a pequeñas donaciones que llegan por redes sociales. “A veces hacemos rifas, vendemos cosas o hay padrinos que pagan una esterilización”, explica Miri. “Cada día se van una caja de galletas Marías, porque son las favoritas de los perros”.
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Una solución ciudadana donde el Estado no llega
El grupo que nació como un chat de WhatsApp con 30 desconocidos que se unieron para ayudar a un perro atropellado, hoy forma una red vecinal activa en los municipios de Chalco, Valle de Chalco, Ecatepec, Ixtapaluca y Coacalco en el Estado de México y en Iztapalapa en la Ciudad de México.
Miri explica que trabajan con el método TNR (trap, neuter, return), atrapar, esterilizar y retornar a su colonia. “Es el método más eficaz para controlar la población callejera”, asegura. “A los gatos y perros que no pueden ser adoptados los regresamos a su zona, donde ya conocen el entorno y hay vecinos que les dan comida”.
Las campañas son posibles gracias a “padrinos” que donan 250 pesos por animal. “La gente no esteriliza porque una cirugía puede costar 500 pesos o más y en estas zonas muchos viven al día”, dice Beatriz. “Por eso es importante acercar campañas gratuitas o de bajo costo”.
Aunque Valle de Chalco cuenta con una unidad de protección animal, los esfuerzos oficiales son insuficientes. “En Chalco casi no hay apoyo del gobierno. En Ecatepec hemos tocado puertas durante años sin éxito”, añade Miri. “Pero nosotras seguimos, con o sin recursos”.
Un problema nacional
México es uno de los países con más perros callejeros en América Latina. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2023 había alrededor de 23 millones de perros, de los cuales sólo el 30% tenía un hogar. Es decir, más de 16 millones viven en las calles.
La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) reconoce que la falta de esterilización, abandono y maltrato son las principales causas del problema y que apenas una fracción de los municipios cuenta con programas permanentes de control canino.
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Cuidar donde el Estado falla
Las casas-refugio de Unidos por Osito no tienen letreros ni grandes anuncios. Son viviendas sencillas, con patios cubiertos de lonas y camas hechas con cobijas recicladas. En una esquina hay un corral improvisado con tubos de metal; en otra, un área de cuarentena donde descansan los recién llegados.
“Nosotras no somos donatarias autorizadas, no recibimos recursos públicos”, explica Miri. “Todo sale de rifas, de vender cosas o de los padrinos”.
Las mujeres se reparten el trabajo. Atienden los nuevos rescates, coordinan las adopciones, manejan las redes y se encargan de las jornadas de esterilización. Cada adopción pasa por filtros: identificación, comprobante de domicilio, fotografías de la casa y un contrato. “Les damos seguimiento, pedimos fotos y videos. Si dejan de responder, vamos al domicilio”, dice Beatriz. “No entregamos perros a ciegas”.
Han logrado 200 a 300 adopciones en tres años. Algunas familias se mantienen en contacto y envían fotos de sus mascotas. Otras regresan a adoptar más. “Verlos felices es lo que nos mantiene en pie”, dice Miri.
Más allá del rescate
Además del rescate de cientos de perritos, el grupo ha llevado campañas de esterilización a mercados y hospitales de la Ciudad de México, como el de la colonia Peralvillo o el Hospital General en la colonia Doctores. En tres días pueden intervenir a más de 500 animales.
“Son jornadas muy duras. Hay que atrapar, cuidar a las hembras, resguardarlas una semana antes de liberarlas”, explica Miri. “Liberarlas es lo más difícil. Quisiéramos quedárnoslas, pero al menos sabemos que ya no traerán más crías al mundo a sufrir”.
La manada de Osito
Al atardecer, en una de las casas del grupo, los perros corren entre comida y ladridos. Cuca descansa junto a Pepe; un cachorro mordisquea una galleta María. La escena parece cotidiana, pero detrás hay una red de mujeres que decidió no mirar hacia otro lado.
“Nosotras hacemos lo que podemos”, dice Beatriz. Ojalá el gobierno hiciera lo que le toca. Pero mientras tanto, aquí estamos, por Osito y por todos los que vienen”.
VGB
