“Vamos a seguir gritando con rabia y no cederemos este espacio de memoria viva, agua, tierra y justicia sí, inmobiliarias no”, se escucha a una mujer gritar por un megáfono en Avenida Reforma, paradójicamente, al cruzar la calle, hay maquinarias pesadas que, se espera, pongan en marcha la construcción de la Torre Reforma Colón, un complejo gigante compuesto de altos y lujosos edificios que gentrificarán y beneficiarán a un sector poblacional reducido, ¿en quién están pensados los espacios más importantes de la ciudad?

El ruido de excavación y de sirenas se vuelve ensordecedor, pero un grupo de mujeres activistas grita con más fuerza debajo de la Glorieta de las Mujeres que Luchan, se han plantado ahí para dar un mensaje concreto: la glorieta les pertenece y la continuarán habitando desde la furia y el amor pese a la intimidación del gobierno capitalino

Desde el 25 de septiembre del 2021 que se tomó la anteriormente llamada, Glorieta de Colón, las mujeres, activistas, defensoras y familiares de víctimas de feminicidio se han enfrentado a una serie de violencias sistémicas, intimidaciones y la tergiversación de la prensa que a través de la palabra, las criminaliza y cuestiona. María Fernanda Chávez, defensora y participante del colectivo Frente Amplio de la Glorieta de las Mujeres que luchan, señaló en conferencia que las autoridades han intentado desmantelar los muros de este memorial e intimidarlas, un hecho que se vuelve inadmisible, pues la glorieta es un espacio es de reconocimiento y un refugio de sanación, jamás de violencia.

“Amajac”, este es el nombre de la figura de más de seis metros que el gobierno de Claudia Sheinbaum ha aprobado para ocupar este espacio en honor a la mujer gobernante, ¿y por qué no pueden habitar estas dos figuras en la glorieta?, increpa una periodista. 

La respuesta es simple, porque la antimonumenta es una resistencia contra el Estado y no una tregua de convivencia, para estas mujeres es impensable coexistir con un ente que funge como su principal agresor de impunidad, desaparición, persecución y criminalización. 

“Este es un espacio de reconocimiento donde sanamos, en México las mujeres no somos gobernantes, somos víctimas de una violencia sistémica, no cederemos nuestro espacio ni compartiremos con nuestro principal agresor”, condena María Fernanda Chávez, defensora perteneciente al Frente Amplio de la Glorieta de las Mujeres que Luchan)

De norte a sur: mujeres a la defensa de sus espacios

Desde el pueblo de Xoco, al sur de la Ciudad de México, Elizabeth Álvarez integrante del grupo Barrios y Pueblos de la CDMX se ha acuerpado a esta lucha conjunta y defiende, con ímpetu este espacio. Al preguntarle el motivo, la defensora explica que todo parte desde el cariño y la empatía con otros movimientos y aunque el discurso parezca romántico, Elizabeth Álvarez sabe bien que la unión de las mujeres es imparable. 

“Las hermanas feministas viven atropello tras atropello del gobierno, en mi lucha defendiendo a Xoco del complejo Mítikah hemos sido agredidos, golpeados, los policías nos han echado sus autos, sé lo que es vivir con miedo. Su defensa no es un capricho y es algo que debe entender el gobierno de Claudia Sheinbaum, ellas (refiriéndose a sus compañeras) se han ganado este espacio, ¿por qué?, porque se lo merecen al resolver todo aquello que el Estado no hace: buscar a los desaparecidos”

Es así, que ondeando la bandera del Pueblo de Xoco, la defensora del territorio se ha apropiado de este espacio que acoge no sólo a una lucha, sino a todas aquellas que desde la impunidad, generan el hastío y la rabia.

Desde el sureste del país, la voz de Marcela de Jesús se plantó frente al Estado: “quiero que sepan que esta mujer indígena perdió el miedo a la cárcel y a la muerte”. Originaria de Guerrero, esta periodista y activista ha sorteado las amenazas del gobierno estatal, su voz fue refugio para su comunidad, pues a través de un programa de radio, brindaba información certera y veloz de la situación política y social. Fue detenida arbitrariamente en Oaxaca donde se le imputaron cargos desconocidos; fue condenada a 40 años de prisión y liberada años después. 

En Guerrero, al término de su programa radiofónico un grupo de hombres le dispararon a quemarropa recibiendo tres impactos de bala, sobrevivió al atentado pero jamás volvió a ejercer el periodismo ni volvió a su comunidad. Ahora, observa con cariño la antimonumenta, sabe bien, que también le pertenece. 

“Estoy agradecida de poder abrazarlas, basta ya de ponerle a las personas indígenas un velo en la cara y tapones en los oídos, ellos también tienen derecho a la información, no nos vamos a quedar calladas. Mi representación en este lugar es el de mi raza, mi voz es su voz y se los dice una mujer que ha llorado sangre por la criminalización y discriminación en este país”.

Desde el centro de la capital, Araceli Osorio sostiene el retrato de su hija, Lesvy Berlín Osorio, víctima de feminicidio en 2017 y de una revictimización dolorosa por parte de las fiscalías capitalinas quienes la culpabilizaron, filtraron información de la carpeta desacreditando a la estudiante y dando carpetazo a su caso por suicidio. Pasaron 5 años para que se condenara a la fiscal María Elena “N” por su violencia institucional. 

“Ella (la fiscal) optó deliberada y dolosamente por creer en el dicho del asesino y además publicarlo como una verdad, considerando que era la salida más rápida para cerrar un proceso como suicidio. Comunicó aspectos que provocaban en la sociedad un sentimiento de apatía y rechazo” (Araceli Osorio)

El nombre de Lesvy Berlín está presente en la antimonumenta y junto a él, su madre que ha defendido con furia este espacio, el espacio de su hija, de sus compañeras aliadas y de otras madres que claman justicia.

Para ella, tomar la Glorieta de las Mujeres que Luchan se hizo desde un dolor muy profundo y la necesidad de ser refugio y compañía,  pues los jardines son testigos de la articulación de distintas luchas, de muchas personas que se acercan, defensoras de la tierra, del agua, madres buscadoras, mujeres indígenas, familiares de presos políticos y compañeros de activistas asesinados. En ese espacio, se entrelazan las luchas pero también la esperanza. 

“Este memorial no nos habla del pasado, es un recordatorio del presente, de qué es lo que está pasando. Le estamos diciendo al mundo que aquí, las mujeres resistimos. Habitamos este lugar en memoria de quienes nos hacen falta y por aquellos que no encontramos, porque las mujeres que están aquí son mujeres que van a arar la tierra, no para sembrar, sino para encontrar a sus hijos: sus tesoros”

El Paseo de la Reforma, o “Paseo de la impunidad”, como lo ha nombrado Araceli Osorio se vuelve de repente más estrepitoso y aprovecha para nombrar a la Torre Reforma Colón y la incomodidad que su antimonumenta esté enfrente de este lujoso complejo: “quizás, les parecemos poco estéticas”, bromea.

“No quieren que el mundo nos vea mal, por eso quieren invertir tanto en esta glorieta, no les parecemos bellas sino incómodas. Y sí, nosotras nos retiraremos cuando ya no haya nada más por lo que pelear, cuando no hayan más feminicidios y desapariciones, ojalá ese día llegue para que podamos quitar todos nuestros memoriales y entonces sí, puedan poner las piezas lujosas de seis metros que tanto quieren”

Eusebia Cortés, mujer mazateca llegó hace dos años a la capital mexicana, su esposo es preso político y se encuentra bajo amenaza del estado oaxaqueño, la idea de que el gobierno intente apropiarse de este espacio o proponer una figura de las mujeres indígenas le genera un hervor en la sangre, explica que, toda la violencia sistémica y criminalización que ha vivido no se reparará con una estatua de piedra, pero sí con justicia, memoria y verdad.

¿Quién es el actor que más la ha lastimado?: El Estado nos lastimó, las mujeres llevamos décadas, años, algunas semanas, otras días clamando justicia y luchando porque de eso se trata nuestra vida, nos lastimó… nos lastima a todas, señala.

Dando eco al poderoso mensaje de Eusebia Cortés, se nombra su lucha, su palabra y su discurso, porque la Glorieta de las Mujeres que Luchan no es una complacencia, sino un espacio que se erige con coraje y dolor. Un espacio que lleva los nombres de las mujeres que han sido olvidadas por el Estado y que en sus jardines de rosas blancas da cobijo.

El Estado nos lastimó, a todas nos lastimó. Desbarató nuestros pueblos y casi nos desapareció. En nuestra cara vimos cómo vendió la justicia, nos lastimó el rostro y el cuerpo y todavía se burló al vernos quebrantadas,  ¿acostumbrarnos a esto?: ¡Nunca jamás!
¿Entonces qué íbamos a hacer?: ¡Vivir!

(Eusebia Cortés, activista mazateca)